La enfermedad puede hacer bien a los hombres, por J. C. Ryle



Invito la atenciĆ³n de mis lectores al tema de la enfermedad. El tema es uno que debemos mirar a la cara con frecuencia. No podemos evitarlo. No se necesita ser profeta para ver que la enfermedad llegarĆ” a cada uno de nosotros un dĆ­a. "En medio de la vida estamos en la muerte". Tomemos unos momentos para considerar la enfermedad como cristianos.

Al considerar el tema de la enfermedad y las enfermedades, tres puntos me parecen exigir atenciĆ³n. Sobre cada uno dirĆ© algunas palabras.

  • La prevalencia universal de los males y las enfermedades.
  • Los beneficios generales que la enfermedad confiere a la humanidad.
  • Los deberes especiales a los que nos llama la enfermedad.

La prevalencia universal de la enfermedad

No necesito detenerme mucho en este punto. La prueba de ello el obvio.

La enfermedad estƔ en todas partes. En Europa, en Asia, en Ɓfrica, en AmƩrica; en paƭses cƔlidos y frƭos, hombres, mujeres y niƱos enferman y mueren.

La enfermedad estĆ” entre todas las clases. La gracia no eleva a un creyente fuera de su alcance. Las riquezas no comprarĆ”n exenciĆ³n de ello. El rango no puede evitar sus asaltos. Los polĆ­ticos y los obreros comunes, amos y sirvientes, hombres ricos y pobres, eruditos y no educados, mĆ©dicos y pacientes, ministros y oyentes, todos se enfrentan ante este gran enemigo. No hay puertas y rejas que puedan evitar enfermedades y muertes.

La enfermedad es de todo tipo y descripciĆ³n. Desde la coronilla de la cabeza hasta la planta del pie estamos expuestos a enfermedades. Nuestra capacidad de sufrimiento es algo temible de contemplar. ¿QuiĆ©n puede contar las dolencias por las cuales nuestro cuerpo puede ser atacado? Dado la complejidad del cuerpo humano, en mi opiniĆ³n, no es tan asombroso que los hombres mueran tan pronto, sino que puedan vivir tanto tiempo.

La enfermedad es a menudo una de las pruebas mĆ”s humillantes y angustiantes que pueden afectar al hombre. Puede convertir al mĆ”s fuerte en un niƱo pequeƱo, puede perturbar al mĆ”s audaz y hacerlo temblar. La conexiĆ³n entre el cuerpo y la mente es curiosamente cercana. La influencia que algunas enfermedades pueden ejercer sobre el genio y el espĆ­ritu es inmensamente grande. Para ver a quĆ© profundidad de humillaciĆ³n puede caer un hombre o una mujer, solo hay que asistir por un corto tiempo en camas de enfermos.
La enfermedad no se puede prevenir con nada que el hombre pueda hacer. La duraciĆ³n promedio de la vida puede, sin duda, ser algo alargada. La habilidad de los mĆ©dicos puede descubrir continuamente nuevos remedios y efectuar curas sorprendentes. La aplicaciĆ³n de normas sanitarias sabias puede reducir en gran medida la tasa de mortalidad. Pero, despuĆ©s de todo, ya sea en localidades sanas o insalubres, los hombres enfermarĆ”n y morirĆ”n. "¡Setenta son los aƱos que se nos conceden! Algunos incluso llegan a ochenta. Pero hasta los mejores aƱos se llenan de dolor y de problemas; pronto desaparecen, y volamos". (Salmo 90:10 NTV) Ese testimonio es cierto. Era cierto hace 3400 aƱos. Es cierto todavĆ­a.

Ahora, ¿quĆ© podemos hacer con este gran hecho, la prevalencia universal de la enfermedad? ¿QuĆ© explicaciĆ³n podemos darle? ¿QuĆ© respuesta les daremos a nuestros niƱos cuando nos pregunten: "Padre, ¿por quĆ© la gente se enferma y muere”? Estas son preguntas serias.

Algunos podrĆ­an suponer que Dios creĆ³ la patologĆ­a y la enfermedad al principio. Pero ¿es razonable imaginar que El que formĆ³ nuestro mundo en un orden tan perfecto fue el creador de sufrimiento y dolor innecesarios? ¿Podemos pensar que El que hizo todas las cosas "muy buenas" hizo que la raza de AdĆ”n enfermara y muriera? La idea es, en mi opiniĆ³n, repugnante. Introduce una gran imperfecciĆ³n en medio de las obras perfectas de Dios. Debo encontrar otra soluciĆ³n para satisfacer mi mente.

La Ćŗnica explicaciĆ³n que me satisface es la que da la Biblia. Algo ha venido al mundo que destronĆ³ al hombre de su posiciĆ³n original y lo despojĆ³ de sus privilegios originales. Algo ha entrado que, como un puƱado de grava arrojado en medio de la maquinaria, ha estropeado el orden perfecto de la creaciĆ³n de Dios. ¿Y quĆ© es ese algo? Respondo, en una palabra: es el pecado. "El pecado entrĆ³ en el mundo, y la muerte por el pecado". (Romanos 5:12.) El pecado es la causa de todas las enfermedades, los dolores y sufrimientos que prevalecen en la tierra. Todos son parte de esa maldiciĆ³n que vino al mundo cuando AdĆ”n y Eva comieron del fruto prohibido y cayeron. No habrĆ­a habido enfermedad, si no hubiera sucedido la caĆ­da y entrado el pecado al mundo.

La prevalencia universal de la enfermedad es una de las evidencias indirectas de que la Biblia es verĆ­dica. La Biblia lo explica. La Biblia responde las preguntas al respecto que surgirĆ”n en cada mente inquisitiva. NingĆŗn otro sistema de religiĆ³n puede hacer esto. Todos fallan aquĆ­. EstĆ”n en silencio. La Biblia sola mira el tema a la cara. Resueltamente proclama el hecho de que el hombre es una criatura caĆ­da, y con igual audacia proclama el gran plan de Dios para satisfacer sus necesidades.

MantengĆ”monos firmes sobre esta verdad sĆ³lida, que la Biblia, y solo la Biblia, es la revelaciĆ³n de Dios de sĆ­ mismo al hombre. No te conmuevas por los muchos nuevos ataques que el escepticismo moderno estĆ” haciendo sobre la Palabra inspirada. No prestes atenciĆ³n a las preguntas difĆ­ciles que a los enemigos de la fe les gusta plantear sobre las dificultades bĆ­blicas, y a las que quizĆ”s a menudo te sientes incapaz de responder. Ancla tu alma firmemente en este principio seguro, que todo el libro es la verdad de Dios. Diles a los enemigos de la Biblia que, a pesar de todos sus argumentos, no hay ningĆŗn libro en el mundo que pueda compararse con la Biblia, ninguno que satisfaga tan completamente los deseos del hombre, ninguno que explique tanto el estado de la humanidad. En cuanto a las cosas difĆ­ciles de la Biblia, diles que estĆ”s contento de esperar. Encuentras suficiente verdad en el Libro para satisfacer tu conciencia y salvar tu alma. Las cosas difĆ­ciles se aclararĆ”n un dĆ­a. Lo que no sabes ahora, lo sabrĆ”s mĆ”s adelante.

La prevalencia universal de la enfermedad es una de las evidencias indirectas de que la Biblia es verĆ­dica. La Biblia lo explica. La Biblia responde las preguntas al respecto que surgirĆ”n en cada mente inquisitiva. NingĆŗn otro sistema de religiĆ³n puede hacer esto.Todos fallan aquĆ­. EstĆ”n en silencio

Los beneficios generales que la enfermedad confiere a la humanidad

Siento que es de gran importancia ver claramente esta parte de nuestro tema. SĆ© bien que la enfermedad es uno de los supuestos puntos dĆ©biles en el gobierno de Dios del mundo, en el que las mentes escĆ©pticas se atrancan. "¿Puede Dios ser un Dios de amor, cuando permite el dolor? ¿Puede Dios ser un Dios de misericordia, cuando permite la enfermedad? Puede prevenir el dolor y la enfermedad; pero no lo hace. ¿CĆ³mo pueden ser estas cosas? " Tal es el razonamiento que a menudo se encuentra con el corazĆ³n del hombre.

Les pido a todos los que les resulta difĆ­cil conciliar la prevalencia de la enfermedad y el dolor con el amor de Dios, poner sus ojos en el mundo que los rodea y marcar lo que estĆ” sucediendo. Les pido que observen la medida en que los hombres se someten constantemente a la pĆ©rdida actual por el bien del futuro, tristeza presente por la alegrĆ­a futura, dolor hoy por la salud futura. La semilla se tira al suelo y se pudre: pero sembramos con la esperanza de una futura cosecha. El niƱo es enviado a la escuela en medio de muchas lĆ”grimas, pero lo enviamos con la esperanza de que obtenga sabidurĆ­a futura. El padre de una familia se somete a una operaciĆ³n quirĆŗrgica temerosa, pero lo soporta, con la esperanza de una salud futura. Pido a los hombres que apliquen este gran principio al gobierno mundial de Dios. Les pido que crean que Dios permite el dolor y la enfermedad, no porque quiera cargar al hombre, sino porque desea beneficiar el corazĆ³n, la mente, la conciencia y el alma del hombre por toda la eternidad.

Hablo de los "beneficios" de la enfermedad a propĆ³sito y de manera cautelosa. SĆ© el sufrimiento y el dolor que conlleva la enfermedad. Admito la miseria y la desdicha que a menudo trae. Pero no puedo considerarlo como un mal sin propĆ³sito. Veo en Ć©l una disposiciĆ³n Ćŗtil para controlar los estragos del pecado y el demonio entre las almas de los hombres. Es un maestro de escuela rudo, lo reconozco. Pero puede ser el amigo del alma en las siguientes formas:

La enfermedad ayuda a recordar a los hombres de la muerte. La mayorƭa vive como si nunca fuera a morir. Siguen los negocios, el placer, la polƭtica o la ciencia, como si la tierra fuera su hogar eterno. Proyectan y planean para el futuro, como el rico necio de la parƔbola, como si tuvieran una larga vida. Una enfermedad grave puede disipar estas ilusiones. Despierta a los hombres de sus ensueƱos y les recuerda que ademƔs de vivir, tendrƔn que morir. Ahora bien, esto es un gran bien.

La enfermedad ayuda a que los hombres piensen seriamente en Dios, en sus almas y en el mundo por venir. La mayorƭa en sus dƭas de salud no puede encontrar tiempo para tales pensamientos. Los consideran problemƔticos y desagradables. Ahora, una enfermedad grave a veces tiene un poder maravilloso de plantear y realzar estos pensamientos, y presentarlos ante los ojos del alma de un hombre. Incluso un rey malvado como Hazael, cuando estaba enfermo, podƭa pensar en Eliseo (2 Reyes 8:8). Incluso los marineros paganos, cuando la muerte estaba a la vista, tenƭan miedo y "clamaban cada uno a su dios". (JonƔs 1:5.) Sin duda, cualquier cosa que ayude a los hombres a reflexionar es algo bueno.

La enfermedad ayuda a ablandar los corazones de los hombres y les enseƱa sabidurĆ­a. El corazĆ³n natural es tan duro como una piedra. No puede ver nada bueno en nada que no sea de esta vida, y ninguna felicidad excepto en este mundo. Una enfermedad larga a veces es efectiva para corregir estas ideas. Expone el vacĆ­o y la vanidad de lo que el mundo llama cosas "buenas", y nos enseƱa a sostenerlas con manos abiertas. El hombre de negocios descubre que el dinero no es todo lo que el corazĆ³n requiere. La mujer del mundo encuentra que la ropa de moda, las novelas y el entretenimiento son consoladores miserables en una habitaciĆ³n enferma. Sin duda, cualquier cosa que nos obligue a alterar nuestro sistema de valores de las cosas terrenales es en realidad un bien.

La enfermedad nos ayuda a humillarnos. Todos somos naturalmente orgullosos y de mente alta. Pocos, incluso de los mĆ”s pobres, estĆ”n libres de la infecciĆ³n de la soberbia. Se encuentran pocos que no desprecian a los demĆ”s y se halagan en secreto de que "no son como otros hombres". Una enfermedad es un eficaz domador de pensamientos como estos. Nos impone la poderosa verdad de que todos, cualquiera que sea nuestra estaciĆ³n, somos en fin mortales. A la vista del ataĆŗd y la tumba no es fĆ”cil estar orgulloso. Seguramente cualquier cosa que nos enseƱe esa lecciĆ³n es buena.

Finalmente, la enfermedad ayuda a probar la “religiĆ³n” de los hombres, de quĆ© tipo es. No hay muchos en la tierra que no tengan religiĆ³n en absoluto. Sin embargo, pocos tienen una religiĆ³n que sea inspeccionada. La mayorĆ­a se contenta con las tradiciones recibidas de sus padres, y no puede dar ninguna razĆ³n de la esperanza que hay en ellos. Ahora, la enfermedad a veces es mĆ”s Ćŗtil para un hombre al exponer la inutilidad absoluta de los cimientos de su alma. A menudo le muestra que no tiene nada sĆ³lido debajo de sus pies, y nada firme debajo de su mano. Le hace descubrir que, aunque haya tenido una forma de religiĆ³n, ha estado toda su vida adorando a "un dios desconocido". Muchos credos se ven bien en las aguas tranquilas de la salud, que resultan completamente inĆŗtiles en las Ć”speras olas del lecho enfermo. Las tormentas de invierno a menudo revelan los defectos en la vivienda de un hombre, y la enfermedad a menudo expone la falta de gracia del alma de un hombre. Sin duda, todo lo que nos hace descubrir el verdadero carĆ”cter de nuestra fe es bueno.

No digo que la enfermedad confiera estos beneficios a todos los que lo sufren. ¡Ay, no puedo decir nada de eso! Las enfermedades afligen a miles anualmente, y recuperan su salud y evidentemente no aprenden ninguna lecciĆ³n de ella, y regresan nuevamente al mundo. Miles de personas aĆŗn pasan anualmente por la enfermedad a la tumba y, sin embargo, no reciben mĆ”s impresiĆ³n espiritual que las bestias que perecen. Estas son cosas horribles que decir. Pero son verdad. El estado muerto del corazĆ³n y la conciencia del hombre es una profundidad que no puedo pretender comprender.

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