Quién era Bezalel? ¿Quién lo llamó? ¿Cuándo? ¿En qué lugar? ¿Por qué fue llamado? ¿Cómo es que yo nunca había oído hablar de él? Estas fueron algunas de las preguntas que vinieron a mi mente después de mi encuentro con Bezalel en Éxodo 31, y fueron también el comienzo de una búsqueda de respuestas. Respuestas que han ido formando poco a poco un rompecabezas que, a su vez, se ha ido transformando a medida que la imagen se clarifica, en el fundamento bíblico de lo que yo entiendo puede ser la teología del arte. No me tomó mucho tiempo darme cuenta de que Bezalel fue un artista separado por Dios para realizar una labor monumental bajo condiciones sumamente difíciles. Y no podemos entender la importancia de la vocación de Bezalel si no conocemos y entendemos lo valioso y significativo del trabajo a realizar.
Te invito, pues, a que juntos descubramos el llamado de Bezalel, que muy bien podría ser ejemplo de tu llamado, ya que Dios nos llama individualmente, por nuestro nombre, para llevar a cabo un trabajo específico para su reino. Comencé por leer, releer y comparar una y otra vez el capítulo 31 del Éxodo con diferentes versiones de la Biblia, para saber si decían lo mismo, cómo lo decían y si ofrecían alguna explicación adicional sobre Bezalel, hábito que todavía tengo. El momento histórico en que se produce su llamado, me pareció significativo. Nos dice la Biblia, en Éxodo 19:1: "En el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de Sinaí". Dependiendo cuál comentario sobre las Escrituras leas, Moisés y el pueblo hebreo se echaron más o menos de dos a tres meses en llegar de Egipto al desierto de Sinaí. Lugar ya conocido por Moisés, pues nos narra la Biblia en Éxodo 3, que este tuvo un encuentro con Dios y recibió el llamado para ir a libertar a los israelitas de mano de los egipcios en ese lugar, el cual conocemos como el monte Horeb y se encuentra en el desierto de Sinaí.
Para muchos estudiosos de la Biblia, el Monte Horeb es sinónimo del Monte Sinaí. Por ejemplo, Adam Clarke, en sus comentarios sobre la Biblia, nos dice que Horeb y el Sinaí eran dos picos de la misma montaña, que a veces se le llamaba Horeb y en otros momentos, Sinaí. Horeb fue probablemente el nombre primitivo de la montaña, que luego fue llamada "la montaña de Dios" y "tierra santa", porque Dios se apareció a Moisés en ella. Podemos notar que el monte Horeb se identifica en Éxodo 3:1 como "monte de Dios" y en Éxodo 3:5, Dios mismo, cuando habla con Moisés, le dice: "Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es". En Hechos 7:30 se refiere al monte de Horeb como el monte Sinaí: "Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza". Y Hechos 7:33 nos confirma el mismo como "tierra santa": "Y le dijo el Señor: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa".
Es a ese "monte de Dios" y "tierra santa" que el Señor invita a Moisés para darle las tablas de piedra, la ley y los mandamientos que Él había escrito para que se le enseñase al pueblo (Éxodo 24:12). Y nos dice la Biblia que Moisés entró en medio de la nube, subió al monte y estuvo en el monte con Dios cuarenta días y cuarenta noches (Éxodo 24:18). Vemos que el escenario que comienza a presentarse ante nosotros es uno muy particular. Dios convoca a Moisés a la tierra santa, tierra que ha sido separada por Él para hablar e instruir a Moisés. Si el escenario es solemne, el drama que comienza a revelarse será más solemne todavía. Y el hecho de que Moisés haya estado en el monte con Dios cuarenta días y cuarenta noches nos da a entender la importancia de la reunión y del valor espiritual de la misma. Encontramos que la siguiente vez que Moisés se encuentra en el monte con Dios por cuarenta días y cuarenta noches es para interceder por el pueblo de Israel y, literalmente, clamar por la vida del mismo, porque los israelitas habían hecho una imagen de fundición (Deuteronomio 9:12) y Dios había dicho a Moisés: "Déjame que los destruya, y borre su nombre de debajo del cielo, y yo te pondré sobre una nación fuerte y mucho más numerosa que ellos" (Deuteronomio 9:14a). Así que estas reuniones con Dios de cuarenta días con cuarenta noches han sido trascendentales para la vida de la nación de Israel.
Y harán un santuario para Mí
Y harán un santuario para Mí
Durante esos cuarenta días y cuarenta noches, Dios no solamente le da a Moisés las tablas de piedra, la ley y los mandamientos que Él había escrito, sino que le dice: "Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda" (Éxodo 25:2). La palabra "ofrenda" en este pasaje bíblico nos viene del hebreo terumah, y es la primera vez que se utiliza este término. Es una ofrenda, regalo o contribución que sería levantada, elevada a Dios, ya que el sacerdote la tendría que levantar para colocarla sobre el altar y consistiría en cosas que serían necesarias para la ocasión. No era una ofrenda para Moisés o los sacerdotes. Dios comienza la petición diciendo "tomen para mí ofrenda". Moisés sería solo el recaudador. Dios le pone varios requisitos a la ofrenda, es una ofrenda específica, que había que darla voluntariamente, sin ningún tipo de presión y que debía ser "de corazón"; en otras palabras, había que darla con buena actitud. Y, al finalizar su petición a Moisés, Dios vuelve y reitera: "tomaréis mi ofrenda". No se identificó cuánto tenían que dar, sino que fue dejado que cada uno diera de acuerdo con su generosidad o a su situación personal. Dios era consciente que esto no sería una carga para el pueblo, si no más bien una demostración de amor, gratitud y obediencia hacia Él, porque junto con la promesa de liberación en Egipto, les dio la promesa de provisión para el camino que se abriría ante ellos:
Y yo daré á este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías: Sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y despojaréis á Egipto. (Éxodo 3: 21-22).
Hay estudiosos de la Biblia que dicen que, aunque el pueblo fue esclavo por 400 años, antes de salir de Egipto recibió el pago retroactivo por la ardua labor que realizó en el mismo. Ellos construyeron y edificaron para el Faraón las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramasés (Éxodo 1:11) y, como resultado de la obediencia a sus instrucciones, Dios cumplió su promesa: “E hicieron los hijos de Israel conforme al mandamiento de Moisés, pidiendo de los egipcios alhajas de plata, y de oro, y vestidos. Y Jehová dio gracia al pueblo delante de los egipcios, y les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios” (Éxodo 12: 35-36).
Dios especifica a Moisés qué tipo de ofrenda tenían que dar. Recordemos que la palabra que se usa en hebreo, en este pasaje, para la palabra "ofrenda" es terumah, que consiste en cosas que serían necesarias para la ocasión, cosas específicas, y Dios sabía qué sería necesario para el trabajo que iban a realizar:
Esta es la ofrenda que tomaréis de ellos: oro, plata, cobre, azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, pieles de tejones, madera de acacia, aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático, piedras de ónice, y piedras de engaste para el efod y para el pectoral. (Éxodo 25:3-7)
Una clasificación de la lista permite ver con más claridad que la misma se componía de metales, telas o materiales textiles, pieles, madera, aceite, especies y piedras preciosas. Y con ellas había un propósito determinado. La lista era específica y había que ser específico en el dar:
Metales: oro, plata y bronce.
Telas (lino): azul, púrpura, carmesí y lino fino
(blanco).
Pieles: pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, pieles de
tejones.
Madera: acacia. Aceite: oliva.
Especies: mirra, canela aromática,
cálamo aromático, casia, aceite de olivas, especies aromáticas, estacte y uña
aromática, gálbano aromático e incienso puro (Éxodo 30:23,-24; 34).
Piedras: ó
nice, sárdica, topacio, carbunclo, esmeralda, zafiro, diamante, jacinto, ágata, amatista, berilo y jaspe (Éxodo 28: 9, 17-20).
Inmediatamente del pedido de la ofrenda, Dios continúa hablando y le dice a Moisés: "Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos" (Éxodo 25:8). Pienso que cuando Dios le habló a Moisés de que le iba a dar la ley y los mandamientos, Moisés se sintió, podríamos decir, hasta contento, porque la ley implica orden. La ley para todo líder es una guía y una ayuda. Sin embargo, una construcción, por sencilla que sea, implica trabajo adicional. ¡Otra tarea más! Había que guiar al pueblo a la tierra prometida y ahora había que construir un Tabernáculo. Moisés salió con 600 000 hombres, sin contar mujeres y niños, lo que algunos calculan como un promedio de 1.5 o 2 millones de personas. Éxodo 12:38 nos dice que "También subió con ellos grande multitud de toda clase de gentes, y ovejas, y muchísimo ganado". Lo cual implica que, posiblemente, junto con los hebreos salieron esclavos egipcios que, siguiendo el ejemplo de los hijos de Israel, ofrecieron un cordero en sacrificio, ya sea porque había una relación con las familias hebreas o porque a través de estas, habían visto la manifestación de Dios y le creyeron. Entiendo que la tarea era monumental: guiar a un pueblo numeroso y diverso, sus animales, objetos personales, alimentos y, adicional a ello, había que construir un santuario o Tabernáculo a Dios. Este mandato es extraordinario, construir un santuario, un lugar sagrado y en el desierto, donde por lo regular no hay facilidades de agua, alimento o áreas frescas de reposo para descansar al final de un día de trabajo. ¿Por qué en este lugar? ¿Por qué en este momento histórico?
Recordemos que cuando Dios creó a Adán y a Eva les puso en el huerto o Jardín del Edén. El huerto es un lugar de cultivo, donde se le da un cuidado especial a las plantas, las cuales son hortalizas que nutren a los que las cultivan y que, por lo regular, se complementa el lugar con flores, fuentes o esculturas con el propósito de embellecer el espacio. Es un lugar que nos hace sentir bien, a la vez que nos provee de alimentos que nos nutren y fortalecen. En Génesis 3:8, hablando sobre Adán y Eva, se nos dice: "Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto". Lo que, para mí, implica que Dios acostumbraba a visitarles.
El huerto o Jardín del Edén era un lugar donde había una comunión entre Dios y su máxima creación: es el lugar donde Dios pone al hombre una vez creado, le da propósito a su vida al decirle que labre y guarde el huerto y le ponga nombre a todo animal viviente, y le da instrucciones para que tenga un estilo de vida próspero: "Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás" (Génesis 2:16-17). El huerto es el lugar donde Dios ve que el hombre necesita ayuda y dice: "No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él" (Génesis 2:18).
El huerto o Jardín del Edén era un lugar donde había una comunión entre Dios y su máxima creación
Una vez que Adán y Eva desobedecen el mandato de Dios, nos dice la Palabra: "Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado" (Génesis 3:23a). Ese lugar especial donde Adán y Eva se encontraban a diario con Dios ya no sería accesible para ellos. Adán y Eva pierden no solo la comunión directa con su Creador, sino que también pierden el reposo y la vida con propósito que su relación con Dios y el lugar les proporcionaban. En Génesis 3:15 podemos ver la reprensión a la serpiente de parte del Señor, pero también, tenemos aquí la primera aparición de lo que se llama la Ley de la Doble Referencia.3 Este versículo se llama comúnmente el "Protevangelium" o la "primera proclamación del evangelio".4 Sin embargo, a pesar de la maldición que cae sobre ellos, Dios les hace una promesa de redención:
Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. (Génesis 3:14-15).
Matthew Henry escribió en su Comentario:
Aquí se hace la promesa de Cristo, como el libertador del hombre que ha caído en el poder de Satanás. Aunque lo que se dijo estaba dirigido a la serpiente, nuestros primeros padres lo escucharon, quienes, sin duda, notaron las señales de gracia que se les dieron aquí y vieron que se les abrió una puerta de esperanza, de lo contrario, se habrían abrumado. Aquí fue el amanecer del día del evangelio. Tan pronto como se administró la herida, se proporcionó y se reveló el remedio.
Y como un símbolo de lo que Él ya había provisto en su plan de redención, nos dice la Biblia: "Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió" (Génesis 3:21). Para poder proveer esas túnicas de pieles tuvo que haber un derrame de sangre.
Dios no olvida sus promesas y, aunque en el momento en que el pueblo hebreo sale de Egipto ya han pasado más de dos mil años, el plan de redención establecido por Dios no se detuvo. Si miramos un poco hacia atrás, casi al cumplir los 2000 años en que Dios sacó del huerto a Adán y a Eva, Dios le habla a Abraham y le dice:
Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. (Génesis 12:1-3).
Y, efectivamente, esa nación que surge de Abraham es la que ahora sale de Egipto bajo el liderazgo de Moisés. Los hijos de Israel estuvieron 430 años en Egipto (Éxodo 12:40), de los cuales 400 años fueron como esclavos. Cuando uno es esclavo está sujeto al amo, posiblemente los hijos de Israel conocían más de los dioses de Egipto que de su propio Dios. Pero Dios les saca de Egipto de una forma majestuosa, de manera que ellos pudieran hacer memoria y tal vez recordar las historias que sus antepasados les habían contado sobre su Dios. Que pudieran recordar quién era Abraham y, sobre todo, reconocer cómo, a pesar del tiempo que había transcurrido, Dios no se había olvidado de la promesa que le había hecho:
Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza […]. En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates […]. (Génesis 15:13-14, 18).
El pueblo tal vez haría memoria de cómo José había llegado a Egipto y había sido instrumento para salvar a la nación; sin embargo, al pasar el tiempo se convirtieron en esclavos. No obstante, al cumplirse el término exacto que Dios había dicho a Abraham, fueron liberados y salieron "con gran riqueza". Nuevamente, Dios le habla a Moisés para darle instrucciones de lo que tiene que hacer y comienza por recordarle lo que ha hecho con ellos y cuál fue su propósito: "Vosotros visteis lo que hice á los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído á mí" (Éxodo 19:4). Entiendo que Dios quiere restablecer esa comunión diaria que tenía con el hombre y la mujer en el huerto del Edén y volver a dejar sentir su presencia en medio de ellos y les propone lo siguiente:
Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. (Éxodo 19:4-6).
El Tabernáculo sería la manifestación visible de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Un pueblo que fue sacado de Egipto. Un pueblo al que Dios le dice "y os he traído á mí". Creo que en Su deseo de restablecer esa comunicación que tenía en un principio en el huerto con Adán y Eva, Dios diseña el Tabernáculo o lugar de reunión. Este sería una especie de "puente" sobre el vacío que existía entre Dios y el hombre después de la caída de Adán. Este lugar de reunión sería su santuario, su habitación. Sería, en efecto, la casa visible de Dios. El santuario sería un lugar para Dios habitar y testigo ante los demás pueblos de la constante presencia de Dios en medio de Israel. Sería el lugar donde el pueblo podría venir a reunirse con su Dios y honrarle. Lugar de oración y adoración, lugar en el cual el pueblo podría presentar sus peticiones y recibir sus respuestas. Sería el lugar donde Él revelaría su voluntad a su pueblo, en el cual Él pondría su nombre y consagraría símbolos de su presencia, como lo es el Arca del pacto.
La presencia de Dios en el Tabernáculo sería prueba de su gracia y misericordia hacia los hijos de Israel. Sería una demostración pública de que Dios está presente en medio de ellos para protegerlos, gobernarlos, juzgarlos y bendecirlos. Y un lugar que señalaría el camino hacia esa promesa de redención hecha en el huerto del Edén a Adán y a Eva. Como nos dice el apóstol Pablo en Hebreos, Cristo es "el más amplio y más perfecto tabernáculo" (Hebreos 9: 11). Y porque el pueblo habitaba en casas de campañas en el desierto, ese santuario sería una casa de campaña gigantesca. El Tabernáculo podría armarse y desarmarse fácilmente, lo cual facilitaría que ambos, pueblo y presencia de Dios, se moviesen juntamente.
Creo que las implicaciones de la tarea a realizar son enormes. No es una petición común. Estamos hablando del Dios creador del cielo y de la tierra, al cual Moisés había conocido en medio de la zarza ardiente (Éxodo 3). Nos dice la Biblia que cuando los principales líderes de Israel, Aarón, Nadab y Abiú, junto con los setenta ancianos de Israel subieron con Moisés a la montaña "vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno" (Éxodo 24:10). Impresionante. Entiendo que Moisés tenía una idea bastante clara de la majestuosidad de Dios. Es la primera vez que Dios habla de un lugar para sí mismo. Así que me imagino el reto y lo que pasó en esos momentos por la mente de Moisés en fracción de segundos, cómo podría él diseñar un lugar para Jehová. Pero no sería Moisés el que diseñaría el Tabernáculo.
Por Alma Villegas
Texto extraído del libro Bezabel, un artista llamado por Dios
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