Filoprimatosis. La codicia por el primer lugar.
Por Pablo Sheetz
Allá por el año 195O, un joven llamado Dionisio se inscribió en la
universidad nacional en la carrera de ingeniería. Todo le fue bien al
principio, pero después de algunos años sufrió una neurastenia y tuvo que
abandonar permanentemente su ambición de ser ingeniero.
Volvió a casa para recuperarse, y cuando estuvo en condiciones de
trabajar, consiguió un empleo humilde como contador de una tienda. Allí
trabajó con diligencia, ahorrando dinero y comprando acciones en la
empresa. Al cabo de cuatro años había manejado las finanzas de la compañía
de tal manera que era el segundo jefe. Así que cuando murió el jefe
inesperadamente, la dirección debía pasar a manos de Dionisio. Fue
entonces que sufrió otra desgracia. Cuando llegó una mañana para tomar el
mando, los demás socios y los hijos del jefe desaparecido le negaron el
puesto y le despidieron pagándole algunos pesos como indemnización. Esto
lo dejó en mal estado físico y emocional.
No está claro cuándo Dionisio demostró por primera vez un interés
religioso, pero un par de años después del segundo fiasco se hizo activo
en una pequeña iglesia evangélica de otra ciudad. A medida que ganaba
confianza en sí mismo, compartía las decisiones de la congregación y
empezó a enseñar la Biblia y predicar. Los miembros le dieron parte en
el gobierno de la iglesia, pero desde allí empezó a imponerse con ideas
particulares, criticando y menospreciando a los demás dirigentes. Cuanto
más le resistieron sus colegas, tanto más enérgicamente trabajó para ser
el jefe absoluto. Hoy, ya hombre maduro, es el dirigente principal.
Interpreta las Sagradas Escrituras siempre según su propio método.
Regula las costumbres de la iglesia y gran parte de lo que se hace en la
vida familiar de los miembros.
Nada se hace sin su aprobación, y los miembros, casi sin darse cuenta,
viven dominados por él en una especie de control mental.
El nombre del joven y algunos detalles del relato han sido cambiados
pero el caso es verídico. Tras todo esto hay un problema que debemos
entender. Desde la niñez, Dionisio había tenido un agudo complejo de
inferioridad por ser hijo de inmigrantes. No tenía amiguitos y no se
interesaba en los deportes. Sufrió un sentido de rechazo, pero
descubrió que podía destacarse en el colegio sacando notas mejores
que los demás. Eligió la carrera de ingeniería porque le parecía una
profesión que le daría el prestigio y el sentido de valía que le
faltaba. Pero una vez en la facultad, vio que él era nada más que
uno entre muchos jóvenes. Aprendió también que algunos pocos de
ellos, esforzándose, pensaban recibirse en cinco años en vez de los
seis normales. Fue entonces que se decidió a terminar la carrera en
cuatro años. Quería comprobar que era superior a todos y fracasó. Le
pasó lo mismo en el trabajo: un esfuerzo por ser número uno y luego
la desilusión del fracaso.
Por fin encontró en la iglesia el ambiente propicio. Logró el
primer lugar y se mantiene allí en una posición que se puede
llamar
"Un despotismo eclesiástico". Los miembros, siendo dóciles
y pacíficos, no se animan a oponerse y le han aceptado como si
fuera el gigante espiritual que pretende ser. A 105 que no aceptan
la autoridad de Dionisio, éste los humilla con disciplina o los
excomulga.
Tenemos aquí un síntoma de una enfermedad que arruina los
asuntos internos de la iglesia cristiana en muchas partes y en
gran manera anula el testimonio ante el mundo que necesita el
mensaje del evangelio.
Teóricamente, en las denominaciones la autoridad viene desde
arriba, es decir, de obispos, presidentes o convenciones que
nombran o dan credenciales a los pastores. Pero muchas veces
el nuevo pastor descubre que la dirección general está en
manos de uno o dos caudillos autonombrados. A este síntoma lo
llamamos
filoprimatosis. Viene de dos palabras griegas: filo que
significa amigo o aficionado; nosis un sufijo que significa
enfermedad, más la palabra primacía. Por lo tanto, la
filoprimatosis es la anormalidad de querer siempre ocupar el
primer puesto.
No queremos poner en duda a todos los dirigentes de las
iglesias. Como en cualquier institución, es evidente que hay
en la iglesia varios grados de responsabilidad y diferentes
tareas, y los cargos se distribuyen principalmente según los
dones, los conocimientos y las capacidades comprobadas. El
Nuevo Testamento se refiere varias veces a los ancianos, a
los obispos y a los pastores, que son los responsables de la
enseñanza, el asesoramiento y el bienestar espiritual de los
miembros.
Pero menciona 1ª Pe. 5.3, específicamente las tareas de
apacentar la grey y ser ejemplo. Y agrega al mismo tiempo
la advertencia de una tentación común: "no como teniendo
señorío sobre los que están a vuestro cuidado". Así
distingue entre el cuidado y el despotismo. Juan, en su
tercera carta, hace referencia a un hombre en la iglesia
llamado Diótrefes, "al cual le gusta tener el primer lugar
entre ellos", quien manipulaba una congregación
arbitrariamente, aceptando y rechazando maestros de otras
ciudades de acuerdo con sus propias ideas y doctrinas
favoritas. Inclusive prohibía amistades con las personas
que a él no le gustaban.
La filoprimatosis es demasiado común hoy en día. Un
grupo de misioneros fue a establecer una iglesia en un
país de Asia luego de la Segunda Guerra Mundial. El
ambiente era muy favorable para el evangelio, la gente
escuchaba con entusiasmo y todo estuvo bien durante
algunos meses. Sin embargo, el hermano "L", uno de
ellos, sufría de esta terrible dolencia.
Buscaba el puesto de director, pero los demás no veían
en él los dones necesarios, y eligieron a otro. Como
resultado, el hermano "L" armó una contención y se
separó del grupo, llevando con él a dos o tres más.
Para justificar su cisma, fabricó una serie de rumores
para arruinar la reputación de los demás. Todo lo
hacia pensando que cumplía con la voluntad de Dios.
Estaba tan convencido de sus argumentos que ni sus
colegas, ni la directiva de la sociedad misionera
pudieron razonar con él. Permaneció como director de
su propia misión, que con el tiempo se redujo a nada
más que su propia familia.
Hay lugar para diferentes puntos de vista y para una
variación de métodos, sin necesidad de problemas de
convicciones firmes no siente que las diferencias
sean una amenaza personal contra ella y por lo
tanto, puede hacerles frente con tolerancia.
Otro aspecto de este síndrome es la
filoneicosis. Esta palabra viene
directamente de 1 Corintios 11:16, donde el
apóstol Pablo interpreta algunos principios
cristianos con respecto al orden en la iglesia de
Corinto, específicamente que la mujer se cubra
cuando ora o profetiza. Termina con esta
frase:
"Si alguno quiere ser contencioso..."
En sus periódicos constantemente promueven
sospechas, divisiones y odio. Citan a otros
filoneikos para dar credulidad a sus
afirmaciones y denuncias. Estas prácticas
contradicen directamente toda la enseñanza
bíblica acerca de la conducta de un cristiano,
pero tales personas se creen los mejores
ejemplos de fidelidad.
En el griego, la palabra es filoneikos,
o amigo del debate. Agregando la palabra nosis
por enfermedad, tenemos filoneicosis. El hecho
de que los griegos tenían una palabra para
este tipo de individuo, significa que no era
un problema privativo de la iglesia de
Corinto. El filoneikos es ese individuo, en
cualquier ambiente, que siempre quiere
discutir; no deja pasar nada sin ponerlo en
tela de juicio, por mínimo que sea. Crea
cuestiones donde no existen, y si se
resuelven, busca otras. Inconscientemente
quiere comprobar su importancia y valor como
persona. Nadie puede negar que hay casos de
éstos en las iglesias. El caso del hermano
"R". es típico. Este señor era miembro del
cuerpo de ancianos y diáconos de una iglesia
metropolitana. Pronto se hizo conocer en las
reuniones de consulta, introduciendo
controversias donde los demás no veían nada
más que acuerdo. No satisfecho, buscó fama
nacional editando su propia revista en la cual
empezó a atacar a los cristianos de más
prestigio en el país y aún de otros países. Se
sintió realizado cuando destacados personajes
de distintas organizaciones cristianas
respondieron defendiéndose de su ataque.
Los filoneikos son atrevidos en sus acusaciones, eligen palabras fuertes y no les preocupa la posibilidad de ofender a un hermano en la fe.
El texto bíblico más acertado sobre el tema
tal vez sea I Timoteo 6:4, que emplea la
palabra noseo, que significa estar enfermo.
La versión Reina-Valera, revisión de 1960,
dice de este tipo de individuo: "delira
acerca de cuestiones y contiendas de
palabras". Otras versiones lo expresan más o
menos así: siente una atracción enfermiza o
morbosa hacia las controversias y
discusiones. Literalmente quiere decir:
"está enfermo acerca de pendencias y
logomaquia (o palabrería)". Nosea es la
palabra empleada generalmente en el Nuevo
Testamento para hablar de un mal físico y
nunca se refiere metafóricamente a un estado
espiritual. Por lo tanto, es más probable
que aquí el apóstol tenga en mente por lo
menos una anormalidad emocional, es decir,
una enfermedad verdadera. Lo que le
preocupa, sin embargo, no es el tipo de
enfermedad tanto como su origen y las
consecuencias. Esa actitud de controversia
en el ambiente de la iglesia, según el mismo
texto, resulta en "envidias, pleitos,
blasfemias, malas sospechas, disputas necias
de hombres corruptos de entendimiento y
privados de la verdad, que toman la piedad
como fuente de ganancia". No será difícil
para nosotros reconocer esta tragedia en
algunos casos reales de la actualidad.
Aunque citan textos bíblicos y emplean
términos piadosos, los filoprimatosos no se
preocupan por la verdad, sino sólo por su
propio prestigio.
La verdadera enfermedad se ve a veces en la manera de imponer las ideas y rodearse solamente de personas que obedecen sin preguntar.
Algunos mantienen su propio cuerpo de
policía personal para protegerse contra
esos que "nos odian", y su propio
sistema de espionaje para evitar una
variación de opinión entre los miembros.
Tengo informes de exempleados acerca del
director de una organización "cristiana"
que mantiene archivos voluminosos con
datos de todas las personas que alguna
vez dijeron algo contra él y sus
colegas.
Juzgados por sus actividades
incansables, parecen ser hombres
fuertes e invencibles, pero en el
fondo son todo lo contrario, y en
momentos de crisis revelan que su meta
no es encontrar la verdad, sino afinar
su valor como personas, es decir, que
siempre tienen razón.
¿Cómo podemos distinguir entre los
líderes auténticos de la iglesia y
los aspirantes cuya motivación es la
filoprimatosis, la filoneicosis y la
logomania? Si los juzgamos sólo por
el entusiasmo o el vocabulario
bíblico, podemos equivocarnos.
Para empezar, una persona sana
tiene una escala de prioridades y
sabe cuáles son los asuntos
fundamentales y cuáles los
secundarios.
No destruye toda la cosecha
simplemente por arrancar algunas
malas hierbas, si empleamos la
figura de la parábola del trigo
y la cizaña.
Para él es más importante que
la gente escuche la Palabra de
Dios, que el tipo de ropa con
que se visten en las
reuniones. El enfermo, en
cambio, tiene los valores
confundidos y desequilibrados.
Suele inflar las cuestiones de
menor importancia y pasar por
alto lo esencial. Exagera los
defectos de ciertas
traducciones de la Biblia, se
opone a insignificantes
costumbres de otras iglesias,
y critica los métodos
corrientes de
evangelización.
El maestro o el
administrador cuerdo
demuestra humildad y
reconoce sus propias
limitaciones. Tiene
convicciones firmes, pero se
mantiene abierto para
recibir más sabiduría. Sabe
escuchar y no contesta con
respuestas memorizadas. El
escritor C. S. Lewis comentó
una vez "Dios salva a muchas
almas por métodos de
evangelización que no me
gustan". El evangelista D.
L. Moody contestó a sus
críticos así: "Bien, no les
gusta como yo lo hago. ¿Cómo
lo hacen ustedes?" La verdad
era que no lo hacían. El
enfermo es dogmático y
rígido en sus afirmaciones y
habla antes de entender el
asunto. En su trato con los
demás, es decir con los que
quiere dominar, es crítico,
legalista y juzgador.
Antes de entender todo eso,
yo acostumbraba consultar
con este tipo de personas y
les escribía cartas con la
idea de ayudarlas a corregir
un error hablado o
publicado. Aprendí que
desgraciadamente ellos nunca
piden disculpas porque eso
sería la desintegración de
su ego.
Para defenderse, tergiversan
los hechos y confunden los
temas. Por otro lado, cuando
un escritor o un orador está
dispuesto a corregir sus
propios equívocos se ve que
es una persona sana, con
grandeza de carácter.
El contencioso amigo del debate conoce bien su hilo de argumento y puede hojear con facilidad su Biblia para apoyar con textos sus afirmaciones. Aprende cómo mantener el debate en su propio terreno y así parecer muy erudito. Sin embargo, entiende poco, porque los conceptos amplios no pueden penetrar una mente cerrada.
Es característica del
filoprimatoso la costumbre
de censurar sólo a
personajes destacados,
porque así gana fama más
rápido que de otra manera.
En el año 1959, cuando
apareció el primer número de
la revista Certeza, un
lector escribió una carta de
crítica y envió copias, no a
la revista, sino a los
lideres de las iglesias de
toda América Latina. En la
carta señaló diez puntos
para comprobar el carácter
herético de la revista. La
mitad de las críticas eran
tergiversaciones del texto,
otras eran falsas
interpretaciones del
sentido, y las demás eran
conclusiones basadas en
informes equivocados. Varias
personas señalaron a este
señor sus errores, pero él
nunca pidió disculpas ni
reconoció error alguno de su
parte.
El hecho de que el
filoneikos va directamente
al público con su censura,
y no al individuo, refleja
su necesidad de fama.
Acusa sin investigar y
manipula los datos para
que la verdad parezca
suya. Muchas veces se
convence a sí mismo y por
lo tanto, puede convencer
a los demás.
Estuve presente cuando
un grupo de dirigentes
le pidieron una
retractación al hermano
"L" por graves mentiras
que había publicado. Lo
arrinconaron demostrando
sus contradicciones,
pero con lágrimas
repitió afirmaciones que
él y todo el mundo
sabían que eran
mentiras.
Todos vemos a veces
errores e injusticias
que hay que señalar.
La defensa de la fe es
una responsabilidad
permanente; pero la
persona sana responde
a las doctrinas en
cuestión con el amor y
con entendimiento.
Ofrece al otro, todos
los beneficios de la
duda y le facilita en
privado la oportunidad
de aclarar y defender
su acción o su punto
de vista. Hace público
el asunto sólo si es
necesario y eso no
como un rencor
personal; sino como un
asunto que preocupa a
la congregación local
o tal vez a la iglesia
entera. Este es más o
menos el procedimiento
enseñado en el
capítulo 18 de San
Mateo.
¿Qué podemos hacer
para ayudar a tal
individuo y al mismo
tiempo proteger la
iglesia del daño que
éste puede causar?
Personalmente creo
que en algunos casos
hay evidencia de
paranoia, es decir,
ilusiones o delirios
de grandeza y de
persecución, y tales
personas necesitan
la atención
profesional de un
psicólogo o un
psiquiatra. Sin
embargo, la gran
mayoría de los
problemas de esta
índole podrían
encontrar su
solución en la
iglesia misma. Antes
de empezar, debemos
entender a qué se
deben. La
filoprimatosis, la
filoneicosis y la
logomaquia son nada
más que síntomas.
¿Cuál es la
verdadera
enfermedad?
Todos necesitamos
un mínimo de
seguridad basada
en un sentido de
valor propio como
personas y la
confirmación del
amor y la
aceptación de los
demás. Debido a
las circunstancias
de la vida, sobre
todo en la niñez,
algunos gozamos
más que otros de
este sentido de
seguridad y
autoestima. A
veces pueden
notarse
diferencias entre
los hijos de la
misma familia. Los
que se sienten
inferiores o
rechazados
frecuentemente
inventan ardides
para llamar la
atención y
convencer a los
demás de que son
normales y
personas de valor.
Cuando los niños,
usan el berrinche
o el artificio de
ganar a cualquier
costo en los
juegos o portarse
mal ante la
maestra.
Cuando más
grandes, algunos
se esfuerzan
excesivamente en
los deportes y
otras
actividades,
llegan a ser
adultos sin
satisfacer la
profunda
inquietud acerca
de su propia
valía, usan
versiones
adultas del
berrinche o al
contrario se
retiran de la
competencia como
personas
tímidas. No se
sienten
adecuados, al
menos que estén
a la cabeza de
la procesión.
Cuando una
persona se hace
jefe solamente
por una
necesidad
emocional de
este tipo, la
procesión no
puede lograr
mucho éxito. Los
jefes enfermos
crean un ámbito
artificial que
contagia a todos
aquellos que
viven y trabajan
bajo su mando.
Este defecto es
muy común en las
empresas
comerciales y
más lamentable,
en algunas
iglesias
cristianas.
La víctima de
esta
enfermedad no
es una persona
mala, sino una
persona sin
base adecuada
en las cosas
que aseguran
la estabilidad
emocional. La
enfermedad,
entonces, es
el vacío o la
ausencia de la
plenitud que
Dios ofrece.
¿Cómo debemos
tratar este
problema
cuando lo
encontramos, y
cómo podemos
evitar que
aparezcan
otros casos?
Por cierto que
no vamos a
darle al
enfermo un
puesto de
importancia,
por más que lo
busque.
Tampoco creo
que tal caso
se pueda
solucionar
respondiendo
con la misma
moneda,
amenazando,
aplicando la
disciplina de
la iglesia, ni
entablando
juicio. No
debemos darle
lo que busca,
sino lo que
necesita
realmente,
esto es, un
sentido de
amor y
aceptación.
Tenemos
que
convencerle
de que es
una
persona
útil y
normal y
que no
tiene que
hacer
ninguna de
esas cosas
raras para
ganar
nuestra
aceptación.
Recién
cuando
empiece a
sentirse
más
seguro,
podrá
relajarse
y vivir
aceptando
la
realidad
de quién
es. Esto
puede
requerir
afecto
especial
de parte
de sus
familiares
y demás
miembros
de la
iglesia.
Tres
exhortaciones
de Pablo
vienen al
caso. "Los
que somos
fuertes
debemos
soportar
las
flaquezas
de los
débiles"
(Rom.
15:1);
"Sobrellevad
los unos
las cargas
de los
otros, y
cumplid
así la ley
de Cristo"
(Gá. 6:2);
"Y sobre
todas
estas
cosas
vestios de
amor, que
es el
vínculo
perfecto"
(Col.
3:12-14).
Un
ambiente
de
sinceridad
y buenas
relaciones
fraternales
produce
personalidades
sanas.
No
quiero
insinuar
que
sea
sólo
un
asunto
de
terapia
de
grupo,
porque
la
filoprimatosis
en el
fondo
es un
defecto
espiritual.
Sabemos
que
ese
amigo
débil
(que
no se
cree
débil)
no
puede
ganar
la
seguridad
profunda
aparte
de una
relación
estrecha
con el
Señor.
¿Qué
mejor
manera
de
ayudarle
que la
de
demostrarle,
en
acción,
el
amor
incondicional
que
Cristo
nos ha
dado?
Y no
nos
olvidemos
de
los
muchos
que
están
afuera
todavía
porque
se
han
alejado
de
un
ambiente
enfermizo.
Cuando
dejemos
que
Cristo
sane
a
los
creyentes,
recién
vamos
a
atraer
a
los
otros
que
necesitan
y
quieren
ser
sanados.
Nota:
Artículo
fue
publicado
por
primera
vez
en
la
revista
Pensamiento
Cristiano,
de
Villa
María,
Córdoba,
Argentina,
en
los
años
60,
y
años
después
en
Apuntes
Pastorales.
Una
vivida
reflexión
que
no
pierde
vigencia,
y
llamada
de
atención
al
liderazgo
cristiano
contemporáneo.
Sobre el autor
Al término de sus estudios partieron él y su esposa hacia la India como misioneros voluntarios de lo que entonces se conocía como Scandinavian Alliance Mission actualmente TEAM. Regresaron a Estados Unidos en 1950 y trabajó como redactor de la revista de la misión así como uña revista cristiana Verbo en Costa Rica.
En 1957 partieron para la Argentina donde permaneció 18 años trabajando en ministerios de literatura y en la enseñanza. Fue director del periódico La Voz, colaborador de la revista Pensamiento Cristiano y ex administrador de la revista Certeza.
Autor de la colección Autenticidad y de varios centenares de artículos de revistas latinoamericanas, especializado en temas prácticos acerca de la personalidad. “Todo comienza, no con la determinación de hacer algo, sino con el acto de recibir el amor incondicional de Dios y todo lo que él significa. No es un siempre asentimiento intelectual, sino una aceptación en todo el nivel de la personalidad” (Hambre oculta, p. 64).
El 1975 regresaron a Estados Unidos pero Paul siguió trabajando en el ministerio entre los hispanos en Atlanta donde en 1980 fundo una iglesia de habla española. Autor de más de 20 libros y numerosos trabajos periodísticos.
Partió
a
la
presencia
del
Señor
en
agosto
2007
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