Iglesia y Palabra
Por Alberto Guerrero
Reflexionar sobre el vínculo
entre la Iglesia y la Palabra
como un criterio para evaluar
la salud de una iglesia, sin pasar
por la exégesis ni el análisis hermenéutico,
me obliga a- considerar el tema teniendo en
cuenta mi experiencia de treinta años en el
ministerio.
Es llamativo que después de todos
estos años, en vista de los vertiginosos
cambios que me rodean, son más las
preguntas que las respuestas que tengo frente
a muchas circunstancias eclesiales. El
observar la primigenia experiencia que se
describe en los primeros capítulos del libro de
los Hechos, y el cotejarla con la nueva realidad
evangélica, pueden ilustrarnos. No estamos
pensando en soluciones o recetas bíblicas;
sólo queremos apreciar algunos detalles de
funciones y tareas que hacen al desarrollo
eclesial.
¿Cómo debe vincularse la iglesia-comunidad
como tal con la Palabra y
viceversa? ¿Quiénes son los responsables
de producir la dinámica Iglesia-Palabra que
debe gestarse mediante la búsqueda de una
reflexión coherente, que enriquezca la vida
de la comunidad con sus distintas
modalidades? ¿De qué manera la reflexión
bíblica genera un proceso de crecimiento y
madurez en la vida de las personas y de la
comunidad toda?
Ahora bien, lo que ha de permanecer es lo
que ha venido de Dios: la Palabra (Is. 40.8).
Pero también lo perfeccionado y santificado,
lo que Dios ha adquirido como pueblo suyo y
ovejas de su prado (Sal 100.3), personas que
a su vez deberán esforzarse por crecer hasta llegar al ideal de la estatura de la plenitud de
Cristo (Ef 4.13) ( la NVI traduce:"...a una humanidad perfecta que se conforme a la plenitud de Cristo") en ese gran día de encuentro
con el Señor, sin mancha y sin arruga (Ef
5.27). Es importante señalar que los dos,
Palabra y pueblo, no pertenecen a ningún tipo
de liderazgo: son de Dios.
La actual situación plantea preguntas para
la reflexión de cara al siglo 21.
¿,Cuán cerca o lejos estamos...
- de la visión que Jesús tenía respecto a la Iglesia?
- de la Iglesia movida por el Espíritu, según los primeros capítulos de Hechos?
- de un verdadero vínculo entre Palabra y pueblo de Dios?
- de ser sal y luz (responsables) en la sociedad en la que hemos sidos colocados?
- de asumir nuestra responsabilidad de liderar a dicho pueblo, en procura de que éste tenga una vivencia radical con la Palabra y asuma su propio compromiso contextual?
Características de la experiencia eclesial primigenia
Si queremos vislumbrar la visión que Jesús tuvo de la Iglesia, tenemos que pensar que quienes mejor podían interpretar sus ideas (de él) eran quienes estaban a su lado conviviendo con su pensamiento. Una vez fuera de la escena humana, el Jesús resucitado deja a los suyos dependiendo de sus capacidades de búsqueda espiritual. Dicha búsqueda se relaciona con la enseñanza recibida (la Palabra), pero también con la visión de una iglesia-comunidad creada por Jesús y con la irrupción del Espíritu Santo. Tanto en aquel momento como en el actual la resultante de estos factores define en buena medida la salud de la Iglesia (pueblo de Dios). El resultado de esta experiencia temprana, este entrecruzamiento eclesiásticamente virgen, lo registra el libro de los Hechos en el capítulo 2.
Muestra tres características:
1. Muestra una comunidad que vive ya en comunión antes de que el Espítitu Santo se haga presente, en la expectativa de la promesa que se transforma en su propia vocación, en la espera de que Dios hará algo. Allí están los creyentes, en espíritu de oración, estimulados por los apóstoles en esta espera del cumplimiento de la promesa. Desde el texto podemos afirmar que el Espíritu no viene sobre ellos porque los apóstoles estén reunidos con ellos como gestores del evento, sino porque los apóstoles han sabido transmitir la misma expectativa a la comunidad de Jesús. El logro se evidencia mientras los ciento veinte están, como lo señala el texto (Hch 1:14.15 y 2:1), en un mismo nivel de expectativa.
2. Muestra que el Espíritu Santo se
hace presente con total libertad en una
comunidad que ha sido preparada por el
liderazgo de acuerdo con la voluntad
expresa del Maestro: que todos puedan
experimentar el derramamiento del
Espíritu sin categorizaciones ni «medidas
especiales». Todos están en un mismo
plano de experiencia espiritual y todos
reciben la misma bendición, Si bien es
cierto que Pedro toma la palabra, no está
haciendo más que responder a la
responsabilidad que ya anteriormente le
ha encomendado el Maestro. Aquí
aparece el Pedro que Jesús había
profetizado, así como más tarde surgirán
otros de los cuales no teníamos noticias.
Pero esta proclamación de Pedro tiene
lugar en una comunidad que ya tiene el poder, es decir, después de que la
comunidad ha sido transformada: en
una comunidad de portadores de la
Palabra. En realidad, Pedro tiene detrás
una comunidad espiritual que respalda
su mensaje. En esas circunstancias la
Palabra de Dios es todo un
acontecimiento.
3. Muestra que, después de la predicación y de la integración a la iglesia, mediante el bautismo, de «unas tres mil personas», surge con fuerza el hambre de la Palabra (2:42). Se quiere profundizar en quién es Jesús y en qué es lo que ha enseñado durante ese tiempo y, seguramente, cotejar las buenas nuevas con la enseñanza rabínica.
Por otro lado, ¿cuál es la expectativa del Maestro para con esta incipiente y desprovista comunidad en la que hay tantas carencias?
El texto señala que «perseveraban en
la doctrina [enseñanza] de los apóstoles». Todos los discípulos ahora son maestros
y están involucrados: viven la experiencia
de ser canales en la enseñanza de la
Palabra. La Iglesia que el Maestro habia
vislumbrado nace alrededor de la
enseñanza: una comunidad que interactúa
con la Palabra. ¡Nadie argumenta o señala
que quiere escuchar a algún apóstol! ¡Ni siquiera a Pedro! El énfasis no está puesto
en quién enseña, sino en que el pueblo
persevera, es constante y coherente
con la experiencia que está viviendo.
Esto se resalta en el texto al decir que
«perseveraban» , enfatizando la idea de
equiparse para un largo viaje, un largo
emprendimiento, no temporal. El
contexto justamente reafirma que no se
refiere a una instancia puntual, sino a
una acción que se repite y es cotidiana,
pues se reunían en las casas, en los
patios del templo y en cuanto lugar era
posible. Estos textos sencillamente
evidencian la necesidad de verse,
compartir, contenerse, acompañarse,
reflexionar, dialogar. Se trata de un
verdadero discipulado alrededor de la
enseñanza apostólica, al mejor estilo
del practicado por el propio Maestro.
Los énfasis en la Iglesia primitiva
Por otro lado, ¿qué énfasis evidencian
estos primeros capítulos, que dieron la
base, el fundamento a la Iglesia primitiva
para proyectarse más allá de Jerusalén?
Señalamos los siguientes:
1. El Espíritu Santo irrumpe en personas
que viven esta idea de ser pueblo de
Dios con un alto sentido de pertenencia
Tanto es así que algunos están
dispuestos a vender sus propiedades por sus hermanos. El ser parte del pueblo de Dios es mas importante que su propia comodidad. Es toda la comunidad que
está alrededor de la Palabra la que es
potenciada por el Espíritu Santo para
impactar a los judíos incrédulos y a los
gentiles paganos más allá de Jerusalén.
Es la comunidad la que toma esta enseñanza, la asimila y la transforma en vidas dispuestas a agradar al Señor. Es el Espíritu quien, como en el caso de Jesús, acompaña con señales la vida de la Iglesia, transformando vidas,
resolviendo situaciones y solucionando
Ios conflictos internos, como cuando se eligen servidores (diáconos), quienes actúan con rapidez en respuesta a las indicaciones del Espíritu.
2. La comunidad tiene hambre de
aprender y aprehender la Palabra. El
que sean reconocidos como los que
«habían estado con Jesús» (4:13)
seguramente no se debe a gestos,
ademanes, posturas o ropas de seda
que los jerarquice. El texto lo aclara: «al
ver la osadía con que hablaban Pedro y
Juan, y al darse cuenta de que eran
gente sin estudios ni preparación,
quedaron asombrados y reconocieron
que habían estado con Jesús». Es la
Palabra, junto con la obra del Espíritu
que enseña y recuerda (Jn 14:26), la
que los ha sacado del vulgo y los
diferencia. Han sido transformados por
el mensaje de Jesús, que interpretan y
aplican al momento que están viviendo.
3. La comunidad está dispuesta a
nivel a exteriozar y ser parte del impacto de
la Palabra acompañada del Espíritu
ISanto. Es la misma comunidad la que, al dispersarse. va llevando consigo y transmitiendo, reproduciendo, «cuchicheando» (Michael Green) la enseñanza recibida. Es la comunidad la que funda la
iglesia de Antioquía, la cual más tarde envía a Pablo y Bernabé como misioneros. Es la iglesia-comunidad que en el pñmer Concilio de Jerusalén (Hch. 15) está alrededor de los líderes
decidiendo.
4. La comunidad inicia un proceso
de maduración reflexionando alrededor
de la Palabra y de la práctica o la acción
concreta, articulándose con su realidad
histórica. Así ocurre a lo largo de aquel
primer siglo, cuando los distintos líderes
que acompañaron al Señor o que
surgieron más tarde jerarquizan la
Palabra para un pueblo al que sirven y
que, como bien saben, no les pertenece,
5. La comunidad no es un fin en sí
misma. Es la comunidad de Cristo,
redimida y comprada para ser la responsable de la misión. Se lanza, por lo tanto, a cumplirla.
Vigencia del modelo eclesial
de Hechos
Establecida esta referencia histórica
y bíblica, reconocemos que la miramos
como una utopía, como algo irreproducible.
Aunque algunos han intentado
de muchas maneras lograrlo y otros
siguen soñando, Pentecostés es un hito
escogido y establecido por Dios en la
historia de su pueblo, en un claro
cumplimiento de sus promesas. Lo
señalamos sin pretender con esto poner
límites al hacer de Dios. De hecho, el Nuevo Testamento sólo menciona «pentecostés» otras dos veces (Hch 20:16 y 1 Co 16:8), y lo hace simplemente para referirse a la festividad judía, Esto muestra que la Iglesia del primer siglo, ni en su segunda ni en su tercera generación, a pesar de la apostasía y otras crisis, no alimentó la idea de otro Pentecostés.
Tal vez debamos reconocer que más de una vez se pretende, con propósitos humanos, torcer la voluntad de Dios en lugar de buscar una experiencia real en lo profundo de nuestro ser. Lo cierto es que, desde la experiencia de Pentecostés hasta hoy, la Palabra y el Espíritu deben conjugarse para que haya Iglesia y
Palabra.
Llamo, por lo tanto, a conjugar el
encuentro de la reflexión bíblica con la
acción práctica de una comunidad que
viva el evangelio sin restricciones ni
«acartonamientos» eclesiásticos; sin una
relación mágica con Dios; sin chamanes
de turno. Llamo a la búsqueda de una
iglesia en la cual el liderazgo siga el
modelo de los Hechos con sus luchas,
dificultades, fracasos y humillaciones;
que cuando conseguía algún éxito,
simplemente agradecía a su Maestro.
Probablemente en nuestros países
queden dos espacios concretos que
podrían llegar a ser una influencia
constructiva en la sociedad. Hablamos
de la escuela y la Iglesia como espacios
para decodificar contextos y ofrecer
condiciones para el desarrollo de la vida
Somos conscientes del estado de
nuestros programas educativos y de la
salud de los educadores, que obviamos
reproducir. Pero, ¿dónde está la Iglesia?
¿No será que por no encarnar la Palabra
no tiene qué decir al mundo? ¿Dónde
están los proyectos, el compromiso, la
misión integral?
Al generalizar seguramente cometemos
errores. Tampoco podemos
particularizar. Simplemente podemos
hablar de tendencias, aunque suene a
terminología política, o represente la
expectativa que tienen algunas congregaciones
con ciertas características que
estiman exitosas. Dichas características
como es sabido, pasan por lo numérico,
la prosperidad económica y un sinnúmero
de experiencias «liberadoras»
administradas por quienes detentan el
poder. Mientras se van extendiendo estas
tendencias, paralelamente observamos
que se instala en las iglesias evangélicas
una cultura superficial, restringida y
estrecha alrededor de la Escritura, y va
desapareciendo todo referente y toda
actividad que tenga que ver con educar,
formar, acompañar el crecimiento integral de las personas. Algunas de estas
congregaciones se parecen en sus
actitudes más al arca de Noé, navegando
a la deriva, sin un rumbo claro, lejos de
toda «contaminación terrenal». Paralelamente
se observa un liderazgo que
estimula, seduce y alienta a congregarse
en procura de juntar masas de gente.
Este fenómeno, que prefiero no clasificar,
evidencia claras e inamovibles distancias
jerárquicas de la cúpula eclesiástica
–los inaccesibles– del resto de las
personas, repitiendo modelos medievales
que absoluttzan la división entre «clérigos»
y «laicos», y ¿entre la «autoridad» de los
unos y la «obediencia» de los otros.
¿Qué tiene que ver esta tendencia
con lo que hemos llamado la utopía de
la comunidad de Hechos? ¡Nada! En
aquella no hay interés en lo numérico: el
texto sólo se limita a mostrar la sorpresa
frente al incremento numérico, pero
nunca más se habla del tema en el
Nuevo Testamento, aunque no se deja
de reconocer que «el Señor añadia al
grupo los que iban siendo salvos» (Hch
2:47). Tampoco se menciona que el
atractivo sea escuchar a Pedro, a Juan,
a Felipe., etc. Por el contrario, .la
comunidad utópica revela una
descentralización del poder, con la
koinonía y la diakonía corno categorías
de la vida eclesial y social, que dan el
verdadero vigor espiritual.
Poniendo un poco de atención en la
secuencia de algunos textos de Hechos
(6:7; 12:24; 13:49; 16:5 y 19:20), se
puede apreciar que el interés está
centrada en el crecimiento de la Iglesia
en función de la Palabra. El crecimiento requiere tiempo porque presupone
comprensión, adaptaciones culturales,
revisión de estilos de vida, revisión de la
familia y del trabajo, y muchísimos
aspectos más. La historia bíblica revela
que los tiempos son de Dios. Los puebIos
y las personas necesitamos tiempo
para elaborar las experiencias y
«rumiarlas», vivir avances y retrocesos.
Nuestra propia experiencia señala con
claridad que vivimos procesos que van
constituyéndose en la base para
construir.
¿Por qué, entonces, la actual
obsesión por el crecimiento numérico
súbito? ¿Acaso se aprende en un día el
amor de Cristo, que se eleva por encima
del odio? ¿En un día se incorpora a la
conducta cotidiana la justicia, el respeto
y la misericordia por el prójimo, el
mensaje de vida en medio de una
sociedad corrupta? ¡Se aprende
andando, y el andar es cuestión de todos
los días! Jesús resume muy bien esto
con los apóstoles en Juan 4:38: «Yo los
he enviado a ustedes a cosechar lo que
no les costó ningún trabajo. Otros se han
fatigado trabajando, y ustedes han
cosechado el fruto de ese trabajo.» Juan
rescata la claridad que tenía Jesús
respecto al liderazgo e incluye esa
afirmación en su Evangelio tal vez
porque está enfrentando situaciones
semejantes, No nos olvidemos que
siempre ha habido Diótrefes. El haber
entrado en las labores de otros nos
incluye en la línea de la historia, como un
collar que se va enhebrando con
hombres y mujeres, aunque cada uno
piense que lo importante es el collar y no
la perla. Por nuestra parte, debemos
aceptar que apenas hemos cosechado
el fruto de las labores de otros.Y esto es
para que, por la dinámica Iglesia-Palabra,
el pueblo de Dios crezca sano, aprenda
andando, cambie sus actitudes en la
confrontación cotidiana. En otras
palabras, para ayudarlo a crecer,
madurar, desarrollarse.
¿Qué ve Dios cuando nos mira?
Imaginemos un durazno. Está la corteza
exterior y, adentro, la semilla. Uno se
come el durazno y descarta o tira la
semilla, Sin embargo, Dios, el labrador,
puede ver en esa semilla un árbol, un
duraznero que no sólo da fruto sino que
se reproduce en otro árbol, que
necesitará tiempo para crecer y, a su
vez, también dar fruto.
Si pudieramos mirar a la iglesia come «un espacio donde producir justos», a la Palabra como la herramienta y al Señor como el diseñador y el ejecutor, descubririamos que sólo podemos acompañar este proceso tratando de ser obreros útiles
Podemos rescatar algunas características
de aquella hermosa utopía de
Hechos, que no nos limita para pensar y
diseñar otras apropiadas y coherentes
con nuestra tiempo y cultura. ¿Por qué
limitarse a pretender imitar y reproducir
algo que Dios hizo en otro tiempo y
cultura? Es aquí donde nos puso Dios: en
medio de una sociedad que se descompone,
con medios de comunicación que
nos avasallan, con organizaciones que
socavan la vida de nuestros hijos. En
esta situación concreta, la Iglesia está
llamada a articularse entre el Reino y el mundo. Como Boff señala, «el Reino es la utopía cristiana que se refiere al destino último del mundo» (1). La misión es de la Iglesia, de los hombres y mujeres dispuestos a vivir en el mundo respondiendo al mandato divino. Si pudiéramos mirar a la Iglesia como «un espacio donde producir justos», a la Palabra como la herramienta y al Señor como el diseñador y el ejecutor descubriríamos que sólo podemos acompañar este proceso tratando de ser obreros útiles.
(1) Leonardo Boff, Iglesia: carisma y poder, Sal
Terrae, Santander, 1986, p. 26
Publicado originalmente en la revista Kairos N° 1 - (Año 2000, Buenos Aires, Argentina)
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