De Adán, Eva y el viento: La Biblia del Oso


Por Pablo R. Andiñach

Cuando todavía la frase “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” no sonaba familiar a nadie porque faltaban muchos años para que sea escrita, aparecía en una imprenta de Basilea la primera traducción completa de la Biblia al castellano. Casiodoro de Reina había trabajo durante varios años para dar a los creyentes de habla castellana un texto bíblico que pudieran leer en su propia lengua. Hasta el momento de su edición en 1569 la Biblia se la encontraba en latín (la traducción conocida como Vulgata), pero incluso ésta era de difícil acceso para la gente común que no solo no hablaba ni leía esa lengua sino que no disponía de copias para hacerlo.

El editor se llamaba Samuel Biener (su apellido significa apicultor en alemán) y utilizaba en el sello editorial que ilustra la portada la figura de un oso que se yergue sobre un árbol del cual bebe la miel de un panal de abejas. Para el caso de editar la Biblia agregó en el sello y al pie del árbol un libro abierto con la palabra en letras hebreas YHWH, el nombre de Dios en esa lengua, que en el texto bíblico se presenta como Jehová. Además colocó al pie en letras hebreas y castellano el texto “La palabra del Dios nuestro permanece para siempre” tomada de Isaías 40:8. Debido a ese sello ubicado en la portada se la conoce como La Biblia del Oso. Esta traducción con las pequeñas correcciones que le hiciera Cipriano de Valera, es la que el pueblo evangélico todavía hoy reconoce como la traducción más difundida y utilizada en las iglesias.

Hay algunas características que hacen de esta traducción una obra maestra. El Protestantismo insistía en volver a la Palabra de Dios y para ello alentó a que se hicieran traducciones a las lenguas modernas que permitieran una amplia difusión entre las personas. Casiodoro optó por traducir la Biblia del hebreo, arameo y griego, las lenguas originales del texto bíblico. Evitó traducirla del latín, que hubiera sido más sencillo pero que no aseguraba la máxima fidelidad al mensaje. Si como es sabido toda traducción implica una cierta distancia del texto original, cuanto más una traducción de una traducción.

La versión de Casiodoro incluye en su edición los llamados libros apócrifos. Sigue en ello los libros presentes en la Biblia Vulgata, pues para ese entonces todavía los Protestantes no habían fijado posición sobre si debían permanecer como texto bíblico o considerarlos obras de edificación espiritual y útiles para la fe pero no integrantes de las Sagradas Escrituras. La Iglesia Católica acababa de decretar en el Concilio de Trento celebrado entre 1545 y 1563 la permanencia de varios de estos libros en sus Biblias, pero en el ámbito protestante la escisión de estas obras se produjo en forma gradual recién durante el siglo XVII.

Finalmente, es notable el estilo castellano que imprimió Casiodoro a su traducción. En la época en que el Siglo de Oro de la literatura española estaba en sus comienzos, esta Biblia es un monumento a la belleza y la plasticidad de la lengua castellana. No solo transfirió un mensaje delicado de traducir sino que lo hizo con altura y precisión inusitada. El Antiguo Testamento está escrito en lenguas semíticas con las que no hay contactos lingüísticos y por lo tanto en muchas ocasiones se expresa en giros y palabras de difícil trasposición a nuestra lengua; el griego del Nuevo Testamento también presentó desafíos, en especial por la estructura distinta de su sintaxis y la complejidad del mensaje en ciertos libros. Casiodoro se valió de otras traducciones previas pero las mejoró a fuerza de estudio, erudición y sensibilidad hasta lograr un texto de primera calidad.

Cuando todavía no se encontraban modelos de prosa y poesía en castellano que abrieran rumbos estilísticos, Casiodoro hizo huella para que otros continuaran ahondando la elevación del idioma.

Para Casiodoro la Palabra debía saber como la mejor miel silvestre.

Fuente: El Estandarte Evangélico

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