Sobre la eficacia de la oración, por C. S. Lewis



Hace algunos años, me levanté una mañana con la intención de ir a cortarme el pelo antes de hacer un viaje a Londres. Sin embargo, revisando mi correspondencia, al leer la primera carta, comprendí que el viaje no era necesario y decidí postergar la visita a la peluquería; pero en ese momento comencé a escuchar una voz insistente y por demás extraña en mi mente. Me decía: "Córtate el pelo de todas maneras. Tienes que ir". La sensación llegó a ser insoportable, en vista de lo cual obedecí la orden. En esa época, mi peluquero era un cristiano con muchos problemas y en algunas ocasiones mi hermano y yo lo habíamos ayudado. Apenas me vio entrar, exclamó: "Oh, estaba rezando para que usted viniera hoy". Y en realidad, si yo hubiera aparecido al día siguiente, no habría podido resolver sus dificultades. 

 

El hecho me impresionó y me sorprende todavía. Ciertamente, es imposible demostrar la existencia de una relación de causalidad entre la oración del peluquero y mi visita. Podría ser un fenómeno telepático o una casualidad. 

 

Estuve junto al lecho de una mujer con un fémur invadido por el cáncer. 

 

Su enfermedad se había expandido a otros huesos. Se necesitaban tres personas para moverla en la cama. Según los doctores, moriría dentro de algunos meses; según las enfermeras (que suelen saber más), al cabo de pocas semanas. Un hombre bondadoso rezaba con sus manos en contacto con ella. Al cabo de un año, la mujer caminaba (en subida, en el terreno escabroso de un bosque) y el radiólogo comentaba al ver las últimas radiografías: "Los huesos tienen la solidez de una roca. Es un milagro". 

 

En este caso, tampoco es posible una demostración precisa. La medicina no es una ciencia exacta, como reconocen todos los doctores. Un error en sus pronósticos no se explica necesariamente atribuyéndolo a un fenómeno sobrenatural. Podemos creer en una relación de causalidad entre las oraciones y la recuperación o negar esta posibilidad. 

 

En este sentido, nos preguntamos de qué manera podría comprobarse la eficacia de la oración. Si rezamos para que ocurra un hecho, ¿cómo saber si habría sucedido de todas maneras? Aun cuando sin discusión haya sido un milagro, no es consecuencia necesaria de nuestra oración. Por consiguiente, en estas circunstancias es imposible contar con pruebas empíricas de carácter científico. 

 

La uniformidad invariable de nuestras experiencias demuestra la existencia de ciertos fenómenos. Reconocemos la ley de gravitación porque observamos sus efectos en todos los cuerpos, sin excepción. Ahora bien, aun cuando sucedieran todas las cosas solicitadas por las personas al rezar, lo cual no ocurre, el hecho no confirmaría lo que llaman los cristianos la eficacia de la oración, porque una plegaria es una petición y como tal tiene un rasgo esencial: a diferencia de la coerción, puede ser atendida o rechazada. Si un Ser infinitamente sabio escucha las súplicas de criaturas finitas e insensatas, podrá acceder en algunos casos y negarse en otros. El "éxito" permanente de la oración no demostraría en absoluto la verdad de la doctrina cristiana, sino la existencia de un elemento de carácter más bien mágico, una facultad de ciertos seres humanos para controlar o dirigir el curso de la naturaleza. 

 

Sin duda, en el Nuevo Testamento, algunos pasajes nos prometen en apariencia satisfacer todas nuestras plegarias, pero en realidad no están aludiendo a esta posibilidad. En el momento central de la historia, encontramos un ejemplo evidente de lo contrario. En Getsemaní, el más santo de todos los suplicantes pidió tres veces al Padre apartar de Él un cáliz, pero sus ruegos no fueron atendidos. Por consiguiente, descartemos la idea de que al recomendarnos la oración nos han ofrecido un recurso infalible. En otros fenómenos, no es suficiente la experiencia y se requieren esas prácticas artificiales llamadas experimentos para verificarlos. ¿Podemos aplicar este procedimiento con la oración? No tomaré en cuenta la prohibición impuesta a los cristianos de participar en un proyecto de esta naturaleza: "No debéis hacer experimentos con Dios, vuestro Maestro". En todo caso, ¿existe esta posibilidad? 

 

Un grupo de personas (tanto mejor cuanto más numeroso) podría rezar la mayor cantidad de tiempo posible durante un período de seis semanas por todos los pacientes de un Hospital A y por ningún enfermo de un Hospital B. Al final, se observarían los resultados para comprobar si ha habido más curaciones y menos muertes en el Hospital A. Por otra parte, sería necesario repetir el experimento varias veces en diferentes lugares para descartar la incidencia de factores no pertinentes. 

 

A mi modo de ver, en estas condiciones sería imposible una oración verdadera. "Las palabras sin pensamientos no llegan al cielo", dice el Rey en Hamlet. Si sólo repetimos palabras, no estamos rezando. En estas condiciones, también podríamos utilizar un grupo de loros debidamente adiestrados para nuestro experimento. No podemos rezar por la salud de los enfermos si no nos interesa su restablecimiento. No tenemos motivos para desear solamente la mejoría de todos los pacientes de un hospital, excluyendo los enfermos de otros establecimientos. En este caso, no nos preocupa el sufrimiento de las personas, sino el resultado del experimento. Existe una contradicción entre la verdadera finalidad de nuestras oraciones y este objetivo específico. En otras palabras, no estamos rezando, independientemente de lo que hagamos con la lengua, los dientes y las rodillas. El experimento exige una actividad impracticable. 

 

Por consiguiente, en este ámbito no es posible contar con pruebas ni refutaciones de carácter empírico. Esta conclusión nos parecerá menos desalentadora si recordamos que la oración es una petición y comparamos esta acción con situaciones análogas. 

 

En algunas ocasiones, obtenemos lo solicitado, pero a veces no lo conseguimos. En todo caso, cuando lo obtenemos, no es fácil demostrar científicamente la existencia de una relación de causalidad entre la petición y el resultado.

 

Así como hacemos peticiones a Dios, también recurrimos a nuestros semejantes. Pedimos la sal, solicitamos aumentos de sueldo, encargamos a un amigo alimentar al gato cuando salimos de vacaciones o proponemos matrimonio a una mujer. En algunas ocasiones, obtenemos lo solicitado, pero a veces no lo conseguimos. En todo caso, cuando lo obtenemos, no es fácil demostrar científicamente la existencia de una relación de causalidad entre la petición y el resultado. 

 

Tal vez el vecino se habría preocupado del gato aun cuando hubiéramos olvidado pedírselo. Si el empleador sabe que otra empresa puede ofrecernos un mejor sueldo, estará mejor dispuesto que nunca a conceder un aumento y es posible que lo hubiera hecho de todas maneras. En cuanto a la mujer que acepta casarse, ¿podría haberlo decidido con anterioridad? Tal vez la proposición no es la causa, sino el resultado de su decisión. Una conversación importante sobre el tema podría no haber tenido lugar si ella no lo hubiera deseado. 

 

En consecuencia, en cierta medida tenemos la misma duda en cuanto a la eficacia de nuestras oraciones a Dios y a la importancia de nuestras peticiones a las personas. Siempre existe la posibilidad de haber obtenido los mismos resultados de todas maneras. En todo caso, la duda es similar nada más que en cierta medida. Nuestro amigo, el jefe y la mujer pueden decirnos que actuaron porque nosotros lo solicitamos, y tal vez, si los conocemos suficientemente, tenemos la certeza de que son sinceros y conocen sus propias motivaciones, de tal manera que nos han dicho la verdad. Sin embargo, en estos casos no hemos adquirido esta certeza gracias a los métodos científicos. No hemos hecho un experimento de control, rechazando el aumento de sueldo o rompiendo el compromiso, para luego hacer de nuevo la solicitud. Esta forma de comprobación es muy diferente al conocimiento científico; es el resultado de una relación personal y no tenemos certeza porque conocemos ciertas características de esos individuos, sino porque los conocemos a ellos. 

 

De la misma manera se adquiere la convicción -si es posible tenerla- de que Dios siempre escucha nuestros ruegos y en algunas ocasiones los satisface, y los favores concedidos no son puramente fortuitos. No tiene sentido observar los éxitos y fracasos y llegar a la conclusión de que los éxitos son demasiado numerosos para atribuirlos al azar. Si conocemos bien a una persona, sabemos en qué circunstancias hace algo porque se lo han pedido. Si conocemos bien a Dios, sabemos que me sugirió visitar al peluquero porque él había rezado. 

 

Pero estamos enfocando el tema en forma indebida y en un nivel inadecuado. La pregunta "¿Da resultado la oración?" nos sitúa en un punto de vista equivocado. "Da resultado": estas palabras sugieren un elemento mágico o una máquina con un funcionamiento automático. La oración es una gran ilusión o un contacto personal entre seres embrionarios e incompletos (nosotros) y la Persona absolutamente concreta. La petición es una pequeña parte de la oración; la confesión y la penitencia constituyen su umbral, la adoración es su santuario, y la presencia, la visión y el goce de Dios son el pan y el vino de este acto en el cual Dios se muestra al hombre. Su respuesta a las plegarias es un corolario de esta revelación (no necesariamente el más importante). Su obra emana de Su esencia. 

 

No obstante, la oración petitoria es permitida e impuesta: "Danos el pan de cada día". Sin duda, en este sentido existe un problema teórico. ¿Es posible creer que Dios en verdad modifica su acción en respuesta a las sugerencias de los hombres? La sabiduría infinita no necesita instrucciones y la bondad infinita no requiere recomendaciones para hacer el bien. Del mismo modo, Dios no necesita la intervención de agentes finitos vivos o inanimados. Él podría, si quisiera, mantener de manera milagrosa nuestros cuerpos, sin alimentos; o darnos de comer sin recurrir a agricultores, panaderos y carniceros; o enseñarnos sin ayuda de hombres instruidos; o convertir a los bárbaros sin misioneros. Sin embargo, permite al suelo, al clima, a los animales y a los músculos, mentes y voluntades de los hombres cooperar en la realización de sus designios. "Dios -decía Pascal- creó la oración para otorgar a sus criaturas la dignidad de la causalidad"; pero Él no sólo nos otorga esa dignidad en la oración, sino en todos nuestros actos. No es más ni menos extraño que mis oraciones incidan en el curso de los acontecimientos al igual que el resto de mis actos. No influyen en la mente de Dios, es decir, en su gran proyecto; pero ese proyecto se realiza de diferentes formas, determinadas por las acciones de las criaturas, incluidas las oraciones. 

 

Al parecer, Dios siempre puede delegar sus obras a las criaturas. Nos ordena hacer con torpeza y lentitud lo que Él podría llevar a cabo con perfección y en un abrir y cerrar de ojos. Nos permite descuidar o abandonar las tareas que nos ha encomendado. Tal vez no comprendemos como es debido el problema de la coexistencia del libre albedrío de los seres finitos y la Omnipotencia, que en todo momento parece requerir una especie de abdicación divina. No somos puramente individuos receptivos o espectadores. Nos conceden el privilegio de participar en el juego, nos impulsan a colaborar en la obra, "utilizando nuestros pequeños tridentes". ¿Constituye este proceso asombroso la manifestación de la Creación en presencia nuestra? En esta forma (no es asunto de poca importancia), Dios crea a partir de la nada (y por cierto crea dioses). 

 

A mi modo de ver, así están dadas las cosas. Ahora bien, en el mejor de los casos sólo puedo expresar estas ideas recurriendo a un modelo intelectual o a un símbolo. En estos temas, todo lo que digamos es sólo analógico o alegórico. Sin duda, no es posible percibir la realidad con nuestras facultades mentales. Con todo, podemos describirla mediante analogías o parábolas de gran pobreza. La oración no es una máquina, no es mágica ni es un consejo dado a Dios. Al igual que todos nuestros actos, el hecho de rezar no debe estar al margen de la obra permanente de Dios, en la cual operan todas las causas finitas. 

 

Cometeremos un error aún más grave si pensamos que existe una especie de favoritos de la corte, con influencia en el trono, porque a algunas personas se les otorga lo que piden al rezar. En respuesta, es suficiente recordar el rechazo de las súplicas de Cristo en Getsemaní: A propósito, no puedo omitir una gran verdad que en una ocasión escuché decir a un cristiano con gran experiencia: "He sido testigo de muchas plegarias acogidas de manera impresionante y en más de una oportunidad la situación me pareció milagrosa. Sin embargo, estos favores en general son concedidos al comienzo: antes o poco después de una conversión. Con posterioridad, es normal que sean más escasos en la vida de un cristiano. Por otra parte, las negativas no sólo son más frecuentes, sino también más evidentes y categóricas". 

 

¿Abandona Dios a sus mejores servidores? El más leal de todos ellos pronunció estas palabras al borde de su atormentada muerte: "¿Por qué me has abandonado?" Cuando Dios se hace hombre, ese Hombre, en el momento de mayor necesidad, recibe menos ayuda del Padre que ningún otro. Aun cuando estuviera en condiciones de explorar este misterio, yo no tendría valor para hacerlo. Entretanto, es preferible que las personas más pequeñas, como nosotros, eviten conclusiones apresuradas en provecho de sí mismas si reciben favores inesperados en respuesta a sus oraciones. Si fuéramos más fuertes, tal vez nos tratarían con menos suavidad. Si fuéramos más valientes, tal vez nos enviarían a defender puestos mucho más difíciles en la gran batalla, con una ayuda considerablemente menor.

 

Sobre el autor: 

Nacido en Belfast el 29 de noviembre de 1898, Clive Staples Lewis, conocido como C. S. Lewis, recibió enseñanza de tutores privados y asistió a varias escuelas. Se crió en la fe cristiana, pero a los 15 años la abandonó, convirtiéndose en ateo e interesándose en la mitología y el ocultismo.

Lewis fue voluntario durante la Primera Guerra Mundial, resultando herido y comenzando a continuación sus estudios en la Universidad de Oxford. Allí se licenció en Literatura Griega y Latina, Filosofía e Historia Antigua y Literatura Inglesa, de la que más adelante sería profesor en la misma universidad.

Fue en Oxford donde conoció a J. R. R. Tolkien, con quien fundó, junto a otros, el grupo de debate literario Inklings. Fue gracias a la influencia de este autor que Lewis se convirtió de nuevo al cristianismo. El cristianismo y Dios, fueron de gran influencia en sus escritos, y durante un tiempo, fueron base de unos programas radiofónicos que presentó en la BBC.

Escribió unos 40 libros,  El problema del dolor, Cautivado por la alegría, Mero cristianismo, Cartas del diablo a su sobrino, Reflexiones sobre los salmos, entre otros

 

Fuente:Extraído del libro El perdón y otros ensayos cristianos


 

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