Se buscan cristianos auténticos




Por Scott Olson

En un mundo sin verdades absolutas, y repleto de malos ejemplos, la integridad ha llegado a ser una palabra ambigua. Se da por sentado que los cristianos deben ser personas de integridad. No obstante, muchas personas ven con escepticismo al cristiano de hoy. Mi propia pasión como creyente ha sido llegar a ser completamente auténtico.

Es raro encontrar hoy día personas verdaderamente auténticas. Pero si usted ha tenido buena suerte, es posible que haya podido acercarse lo suficiente a algunos de ellos para verlos de cerca. No es que a ellos no les gusta estar con otras personas, sino que para nosotros es difícil estar con ellos. Al principio, nos encanta estar cerca de ellos, pero eventualmente su vida comienza a fastidiarnos y vemos en ellos todo lo que nosotros mismos no somos. Las personas auténticas son esas especies raras cuya vida brilla en la oscuridad. Nunca les molesta que se les mire a los ojos porque sean las que sean las circunstancias, su andar está de acuerdo con su hablar. Son los verdaderos auténticos; son personas de integridad.

Integridad: una definición 

Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra integridad viene del latín integritas y quiere decir calidad de íntegro. Íntegro viene de la palabra en latín integer, adjectivo: que no carece de ninguna de sus partes, o dicho de una persona: recta, aprobada, intachable. “La integridad es para el carácter personal o corporativo lo que la salud es para el cuerpo o lo que es la visión de 20/20 para los ojos. La persona de integridad no está dividida (eso sería duplicidad) ni está meramente fingiendo (eso sería hipocresía). La persona de integridad es una unidad; su vida se compone de cosas que funcionan en armonía. Para la persona de integridad no hay nada que esconder ni nada que temer. Su vida es un libro abierto. Es íntegro.” (Warren Wiersbe. The Identity Crisis, Oliver-Nelson Books. 1991). 

Terry Wise escribió, “Enseñamos a otros siendo ejemplo para ellos, un estilo de vida que refleja el amor por Dios, y esto incluye tanto lo que decimos como lo que hacemos (la integridad)” (Mentoring Relationships, Avalon Press, 1999). Sigue hablando de cuán fácil es atraparnos en la “pendiente resbalosa del “encasillamiento”. El Sr. Wise nos da un vistazo de cuatro casillas donde el cristiano puede encontrarse mientras lucha con la duplicidad y la integridad.

1. Lo que debo decir a los demás acerca de Dios. 
2. Lo que creo en verdad acerca de Dios, pero nunca lo verbalizaría. 
3. Cómo debo actuar cuando otros me están observando.
4. Lo que soy cuando nadie me observa. 

La integridad tiene que ver con la sinceridad y el carácter. Tiene que ver con ser íntegro versus ser dividido, ser auténtico y abierto versus fingir. La integridad es una totalidad o no es nada. No basta tener solamente “una medida” de integridad. 

Jesús mismo habló de la importancia de ser íntegro (no dividido). Nos dice en Mateo 6:19-24: 

No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.
El ojo es la lámpara del cuerpo. Por tanto, si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz Pero si tu visión está nublada, todo tu ser estará en oscuridad. Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué densa será esa oscuridad! “Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas. (NVI)

Se pueden observar tres cosas en este pasaje:

1. Cualquier cosa que controle su corazón determina sus valores (19-21). 
2. Cualquier cosa que controle sus ojos determina su dirección (22-23). 
3. Cualquier cosa que controle su mente determina su lealtad (24)

Los cristianos que se comprometen a llevar una vida de integridad tienen que hacerse algunas preguntas sinceras. ¿Qué valoro yo y en qué fijo mi corazón? ¿Cuál es mi meta, y en qué voy a fijar la vista? Y tal vez más importante que todo, ¿Dónde pondré mi confianza y mi lealtad? 

La respuesta apropiada para los que decimos que amamos a Cristo es que debemos fijar el corazón, los ojos y la mente en Jesucristo. Nuestro deseo primordial es ser íntegros, completos y no divididos – éste es el cristianismo auténtico.

Parece que debe ser fácil, pero muchos creyentes luchan con ser personas de integridad. Cada día las líneas de demarcación entre el bien y el mal se hacen más borrosas. ¿Pero es eso en verdad una excusa para los que de veras queremos seguir a Cristo? Si vamos a ser personas de integridad, tendremos entonces que lidiar siempre con nuestros cuestionamientos internos y tratar de resolverlos. ¿Cómo lo haremos? 

La acción práctica: una vida de integridad

Ya es hora de ser prácticos. Como cristianos tenemos que hacer más que hablar de la integridad; somos llamados a vivirla. A continuación presento algunos pensamientos, una combinación de principios escritúrales y discernimientos prácticos que han resultado de mi indagación de la vida de integridad. Son puntos de acción del “mundo verdadero” que se pueden aplicar y vivir en la vida del cristiano. 

1. Tenemos que abrir los ojos y hacernos algunas preguntas severas.

Juan Maxwell escribió, “Hay pocas cosas más peligrosas que un líder con la vida no examinada” (Right to Life, J. Countryman, 2001) Examine su vida cada día. Mire hacia adentro sinceramente – un paso crítico para los que quieren ser cristianos que guían con integridad. 

Pregúntense a sí mismo:
   ¿Qué valoro?
   ¿Hacia dónde me dirijo?
   ¿En qué enfocaré mi confianza y mi lealtad?

Hay muchos peligros potenciales que debemos observar. Tal como la ilustración de la rana en la olla, hay personas que están resbalando poco a poco hacia el fracaso respecto a la integridad, pero no se dan cuenta de lo que está sucediendo. Otras personas juegan el “juego de la culpa”, personas que quieren encontrar una manera de culpar a otra persona o alguna cosa por su circunstancia. Ellos no tienen la culpa – nunca. Sus circunstancias son siempre el resultado de alguna fuente exterior. También hay los que quieren racionalizar; se esfuerzan tenazmente tratando de inventar una explicación plausible por sus acciones y creencias cuando, en verdad, solamente están practicando el auto-engaño. 

Otro grupo de personas en peligro de caer en la falta de integridad son a los que les gusta jugar con el peligro. Les encanta vivir al borde del precipicio. De hecho, quedar allí es como un juego. Para ellos, es como un deporte. Les parece que pueden controlar su situación y que a ellos nada malo les pasará.

El derecho es otro asunto sobresaliente. Hay personas que ascienden por la escalera del éxito, constantemente avanzando hacia nuevos niveles de grandeza. En el proceso de subir esta escalera dan con la tentación de creer que merecen un tratamiento especial. A veces esto resulta de su evaluación de sí mismo, pero muchas veces se convencen de su super-prestigio por las palabras de personas bien intencionadas. Como resultado, ven esos “pequeños” fracasos morales como lo que merecen por su duro trabajo.

2. Tenemos que dejar de mentir.

La Biblia dice en 1 Juan 1:5-6, “Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad. Si afirmamos que tenemos comunión con él, pero vivimos en la oscuridad, mentimos y no ponemos en práctica la verdad.” Es hipocresía mentir a otros acerca de nuestra relación con el Señor. 

No tan sólo estamos mintiendo a otros sino que nos mentimos a nosotros mismos. Además, decimos que Dios es mentiroso. Juan dice “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad…. Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no habita en nosotros.” (1 Juan 1:8, 10)

¿Cómo ocurre esto? La hipocresía se hace duplicidad, y la duplicidad produce apostasía. Todo empieza con el corazón doble que lleva a una mente doble y a una voluntad dividida. Tenemos que dejar de mentir; tenemos que dejar de ignorar lo que está pasando respecto a nuestra sinceridad. Es pecado. 

3. Tenemos que hacer de nuestra vida un libro abierto. 

Después que acepté a Cristo, he tenido cuatro relaciones intensivas con personas a quienes yo rendía cuentas. De hecho, encontrar tal persona es lo primero que hago cuando me traslado a un nuevo lugar. Tengo también cuatro mentores a quienes he dado acceso total a mi vida en cualquier nivel, en cualquier tiempo, en cualquier lugar, sobre cualquier tema. Me he comprometido a siempre tener a quien rendir cuentas y de buscar un mentor. Creo que cuanto más pequeño sea el grupo de responsabilidad mutua, mejor será la responsabilidad que se siente uno a otro. Es difícil esconderse cuando la relación es tú a tú. Esta práctica de rendir cuentas nos dan la oportunidad de descubrir nuestra vida y enfocarnos en las preocupaciones del corazón (los valores), de los ojos (la dirección y el propósito), y la mente (la lealtad). 

1 Corintios 9:24-27 dice, “¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado.” 

Este pasaje es un cuadro de la persona que lucha para vivir todo lo que hemos hablado—la vida de integridad. Pablo no contaba con búsquedas egoístas; él contaba con la vida eterna. Estaba decidido a cruzar la línea de meta de tal modo que no fuera descalificado para recibir el premio. Pablo era un “integer” (palabra en latín que significa integro) – era completo, entero, auténtico. Me pregunto cómo fue la experiencia cuando Pablo, por fin, cruzó la línea de meta y fijó la vista profundamente en los ojos de su Maestro. Creo que no tendremos que esperar mucho tiempo; ¡un día no muy lejano nosotros también lo veremos cara a cara! 

Mi oración es que Dios me haga un cristiano auténtico, una persona de integridad, una persona de autoridad moral, una persona cuya influencia es positiva. ¿Me acompañará en la búsqueda de ser auténtico? 

Sobre el autor:
Scott Olson es pastor de la iglesia wesleyana. Este artículo es del folleto “Vista” impreso por Wesleyan Publishing House y es usado con permiso.

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