De apóstoles, profetas, maestros y otros




Por Gene A. Getz
 
Luego de estudiar durante años el Nuevo Testamento, he llegado a la conclusión desde hace algún tiempo que Dios ha delineado para nosotros dos importantes fases en el liderazgo. La primera involucra en particular a aquellos líderes a los que se identificó como los mejores dones para todo el cuerpo de Cristo y quienes fueron responsables de equipar a ancianos/obispos y diáconos que servirían como líderes permanentes en las iglesias locales.  Este estudio del Nuevo Testamento así como una atenta mirada a los escritos de los padres de la Iglesia ha confirmado mis anteriores conclusiones. 

Es también mi criterio y experiencia personales que no debemos confundirnos en lo que tiene que ver con estas dos fases. Como hemos visto en la historia bíblica, cualquier hombre calificado puede ser designado como anciano/obispo en una iglesia local y todo hombre o mujer calificado puede ser designado para servir como diácono. Aunque estos líderes deben dirigir/pastorear y servir a los demás, no se menciona ningún don espiritual ni ningún llamado especial de parte Dios en la lista de requisitos que aparece en las cartas pastorales. 

Por otro lado, los que fueron llamados para dar inicio a la iglesia en general fueron seleccionados y designados por el propio Dios y dotados por el Espíritu Santo con ciertos dones y capacidades espirituales que les permitieron dar cumplimiento a la Gran Comisión. Estos líderes en la fase uno fueron en un inicio los testigos de Cristo, comenzando en Jerusalén, «en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hechos 1:8); sin embargo, al establecer iglesias locales por todo el Imperio Romano, designaron líderes en esas iglesias que estuvieran espiritualmente calificados para pastorear, dirigir y servir a las diferentes comunidades de fe. 

Los mejores dones

Pablo hizo referencia a esos líderes implicados en la fase uno en dos pasajes clave: Primero en su carta a los corintios y luego en su carta a los efesios. 

La correspondencia a los corintios:

Cuando Pablo escribió su primera carta a los cristianos corintios, es evidente que la iglesia no había entrado en la fase dos. No hay referencias a los ancianos/obispos. La fuente de nutrición de los creyentes venía fundamentalmente de aquellos a quienes Pablo identificó como apóstoles, profetas, y maestros. Aun así, eran tan inmaduros y carnales que Pablo tuvo que amonestarlos para que prestaran atención a esas personas dotadas. En consecuencia, escribió: 

En la iglesia Dios ha puesto, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros… [pero] ambicionen los mejores dones (1 Corintios 12:28, 31; énfasis del autor). 

Los corintios tenían una iglesia dividida. Algunos mostraban su lealtad al apóstol Pablo. Sin embargo, otros rechazaban a Pablo como líder apostólico y seguían al apóstol Pedro. Aun otros habían rechazado tanto a Pablo como a Pedro y eran seguidores de un maestro llamado Apolos. También estaban los que no seguían a ninguno de estos hombres dotados y se jactaban de seguir solo a Jesucristo (ver 1 Corintios 1:12). 
Para ayudar a estos cristianos a vencer sus divisiones, Pablo identifica de forma clara estos tres dones fundamentales como los dones más importantes e insta a los creyentes como iglesia a mostrar atención a quiénes tenían y en verdad eran esos dones. 

Nota: Al interpretar la exhortación a «ambicionen los mejores dones», es importante notar que en el texto griego, Pablo usó la segunda persona del plural, indicando que los corintios de conjunto debían «ambicionar» que aquellos que tenían y eran los «mejores dones» recibieran la prioridad en términos de dar exhortaciones con autoridad y directivas a la iglesia. 

La correspondencia a los efesios 

Los dones mejores en la iglesia que Pablo identificó en la carta a los corintios aparecen también en su carta a los efesios, pero de forma más elaborada: 

Él mismo [Jesucristo] constituyó 
a unos, apóstoles; 
a otros, profetas
a otros, evangelistas
y a otros, pastores y maestros
a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, 
para edificar el cuerpo de Cristo.   
Efesios 4:11-12  

Nota: Los eruditos en el idioma griego reconocen que es difícil traducir literalmente tous men y tous de en Efesios 4:11. La mayoría ha escogido las palabras «unos» y «otros», que sin duda transmiten la idea correcta de que no todos tenían ciertos dones (ver 1 Corintios 12:29). Sin embargo, tal vez los eruditos que revisaron la versión inglesa Revised Standard Version, ahora llamada English Standard Version, han captado de forma más adecuada lo que Pablo tenía en mente cuando tradujeron: «Y él dio a los apóstoles, profetas, los evangelistas, los pastores y maestros [O los pastores-maestros] para equipar a los santos para la obra del ministerio» (Efesios 4:11-12). Esta traducción nos ayuda a evitar la tendencia de darle demasiado categoría a estas personas dotadas cuando leemos las palabras «unos» y «otros». Como veremos, Pablo era un hombre con muchos dones, mientras es posible que Ágabo solo haya sido un «profeta». 

En este momento, echemos una mirada a fondo a qué eran esos «dones mejores» y cómo funcionaban en el contexto neotestamentario. 

Los apóstoles

En los Evangelios 

Cuando Jesús comenzó su ministerio, se les llamó «discípulos» a los que lo siguieron y escucharon sus enseñanzas. Con anterioridad, Jesús había lanzado un llamado especial a cuatro pescadores: Pedro, Andrés, Jacobo y Juan, y a un recaudador de impuestos llamado Mateo o Leví (Mateo 4:18-22; 9:9). Ellos seguían a Jesús a todo lugar, y al ampliarse el grupo de discípulos, Jesús finalmente escogió a estos cinco hombres y a otros siete (denominados a menudo «Los doce» y los designó como «apóstoles» (Mateo 10:1-4; Marcos 3:13-19; Lucas 6:12-16). 
El nombre apóstol (apostolos) significa literalmente «enviado», como un mensajero y embajador. Sin embargo, aunque los doce hombres escogidos aquel día en la ladera de una montaña en Galilea fueron llamados «apóstoles», los escritores de los Evangelios continuaron utilizando el término discípulos para describir sus actividades. De hecho, este término básico se utiliza más del ochenta por ciento de las veces en los cuatro Evangelios para referirse de manera exclusiva a uno o más de los doce apóstoles, lo que indica la prominencia de estos doce hombres en la historia bíblica. Aunque Jesús ministró a las multitudes así como a un grupo más pequeño que él identificó como discípulos, su principal foco de atención estaba en la preparación de estos doce hombres para continuar el trabajo una vez que él regresara al Padre. 

En el libro de Hechos y en las epístolas 

Al continuar Lucas mostrándonos la historia del Nuevo Testamento en el libro de Hechos, rápidamente se centró en «los apóstoles» que Jesús «había escogido» (Hechos 1:2) que ahora eran once. Después de la resurrección, aún seguían llenos de preguntas acerca del futuro, y esta fue la pregunta final: «¿es ahora cuando vas a restablecer el reino a Israel?» ( Hechos 1:6). La respuesta de Jesús fue vaga, pero algo estaba claro. Aunque para ellos no era el tiempo de conocer «la hora ni el momento determinados por la autoridad misma del Padre», al regresar a Jerusalén, cuando viniera «el Espíritu Santo sobre [ellos, recibirían] poder», y serían sus testigos no solo en la Ciudad Santa, sino «en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» ( Hechos 1:7-8). 
Los apóstoles obedecieron las palabras finales de Jesús y regresaron a Jerusalén. Entraron en un aposento alto y oraron con otros discípulos     ( Hechos 1:12-14). Mientras esperaban, y como líder principal de los apóstoles, la primera tarea de Pedro fue reemplazar a Judas con otro de los testigos oculares del ministerio de Cristo desde el tiempo en que Juan estaba bautizando hasta que Jesús ascendió. Específicamente, Pedro declaró que el que reemplazara a Judas se uniría a ellos como «testigo de la resurrección» ( Hechos 1:21-22). Dos reunían las condiciones, pero se escogió por suertes a Matías y «fue reconocido junto con los once apóstoles» (Hechos 1:26). 
Cuando descendió el Espíritu Santo el Día de Pentecostés, estos doce hombres recibieron como señal «unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos» (2:3). Además de esto, fueron capacitados sobrenaturalmente para hablar varios idiomas y dialectos de manera que «judíos piadosos, procedentes de todas las naciones de la tierra» pudieron escuchar y entender el mensaje de los apóstoles sobre la crucifixión y resurrección del Mesías. Asombrados, los que fueron testigos de este acontecimiento preguntaron: «¿No son galileos todos estos que están hablando?» (Hechos 2:5-7). Y a partir de ese momento, el Espíritu Santo continuó confirmando el apostolado de estos doce hombres de manera sobrenatural a través de «muchos prodigios y señales» ( Hechos 2:43; cf. 4:33; 5:12). 

Pablo, un «apóstol de los gentiles» 

Aunque es evidente que el Nuevo Testamento centra su atención en los doce primeros apóstoles durante los primeros años de la Iglesia, Dios aumentó este número para incluir a Pablo, quien se encontró cara a cara con el Cristo resucitado en el camino de Damasco. Sin lugar a dudas se contó entre «los Doce» con un ministerio postólico singular. Pablo mismo decía que él era «apóstol, no por investidura ni mediación humanas, sino por Jesucristo y por Dios Padre» y esto lo confirmaron los otros apóstoles; de manera particular Pedro y Juan. Ellos reconocieron a Pedro «como apóstol de los judíos» y a Pablo «apóstol de los gentiles» (Gálatas 1:1; 2:7- 9). 

Representantes apostólicos 

Hubo un momento en el que el término «apóstol» se usó también en un sentido más amplio. Por ejemplo:
  • En el primer viaje misionero, Lucas identificó a Pablo y a Bernabé como apóstoles (Hechos 14:14). 
  • Cuando Pablo escribió a los tesalonicenses, no solo se identificó a sí mismo como apóstol, sino también a sus compañeros misioneros, Silas y Timoteo (1 Tesalonicenses 2:6). 
  • Cuando Pablo escribió la segunda carta a los corintios, hizo referencia a un grupo de hermanos como «enviados [apostoloi] de las iglesias» (Hechos 8:23). 
  • Cuando Pablo escribió a los romanos, manifestó que sus parientes Andrónicos y Junías (probablemente un equipo conformado por marido y mujer) eran «destacados entre los apóstoles» ( Hechos 16:7). 
Hay varias otras referencias en las cartas del Nuevo Testamento en las que el término apóstoles pudiera haberse utilizado, en particular por Pablo, para referirse a misioneros en general que no estaban entre los hombres escogidos por Cristo y que fueron testigos oculares de su resurrección. Sin embargo, la distinción es clara. Como el ya fallecido teólogo George Peters escribió: «La posición única de los apóstoles en los ministerios iniciales de la iglesia se reconoce en todo el Nuevo Testamento; solo a ellos se les conoce como los apóstoles de Jesucristo, mientras a otros se les conoce tan solo como apóstoles o como apóstoles de la iglesia».

En este momento, parece que los «apóstoles» a los que se refiere Pablo en 1 Corintios 12:28 y Efesios 4:11 son aquellos que fueron testigos oculares del ministerio, muerte y resurrección de Cristo. Él los identificó como «superapóstoles» (literalmente «los más elevados apóstoles») debido a su llamamiento así como por su capacidad de realizar «señales, prodigios y milagros» (2 Corintios 12:11-12). De manera más específica, Pablo llamó a estas demostraciones como «marcas distintivas» de un apóstol que también señalaron a Pablo como testigo presencial del Cristo resucitado y alguien a quien el Espíritu Santo confirmó como uno de los apóstoles originales (12:12). Debido a la gracia de Dios al escogerlo para que fuera un «apóstol de los gentiles» —a pesar de que en un tiempo persiguió a la Iglesia— él se identifica sinceramente como «un nacido fuera de tiempo», «el más insignificante de los apóstoles» y alguien que «ni siquiera [merecía] ser llamado apóstol» (1 Corintios 15:8-9). 

Los profetas

Aunque el término apóstol es de manera esencial un concepto del Nuevo Testamento, el término profeta no lo es. El Antiguo Testamento se refiere una y otra vez a aquellos que declararon y anunciaron la voluntad de Dios al pueblo de Israel. Como Merrill F. Unger declara: «El verdadero profeta era el portavoz de Dios a los hombres, comunicando lo que había recibido de parte de Dios»
Cuando observamos con cuidado los documentos del Antiguo Testamento, se hace evidente que los profetas declararon y anunciaron verdad doctrinal acerca de Dios y su voluntad así como verdad profética con relación a la voluntad de Dios en el futuro. Cuando los verdaderos profetas hablaban, estaban divinamente inspirados por el mismo Dios (2 Pedro 1:20-21). En términos de profecía de predicción, algunos estudiantes de la Biblia estiman que alrededor de un veinticinco por ciento de la Biblia es profética en su naturaleza. 

En el libro de Hechos 

A través de todo el tratado histórico de Lucas, veinticinco de los treinta y cuatro usos de «profetas» o «profecía» (74 por ciento) se refieren a profetas del Antiguo Testamento que predijeron la primera venida del Mesías. Y aunque no existen tantas referencias a los profetas que fueron dones para la iglesia, con todo, siete de esas treinta y cuatro veces (21por ciento) se refieren a profetas del Nuevo Testamento. Como estos son el foco de nuestra atención, he aquí la lista completa: 
  1. La profecía de Joel sobre los profetas del Nuevo Testamento: «En los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán.» (Hechos 2:17).
  2. Los profetas de Jerusalén: «Por aquel tiempo unos profetas bajaron de Jerusalén a Antioquía» (Hechos 11:27). 
  3. Ágabo: «Uno de ellos, llamado Ágabo, se puso de pie y predijo por medio del Espíritu que iba a haber una gran hambre en todo el mundo» (Hechos 11:28; cf. 21:10-11). 
  4. 4. Bernabé, Simeón, Lucio, Manaén y Saulo: «En la iglesia de Antioquía eran profetas y maestros» (Hechos 13:1). 
  5. Judas y Silas de Jerusalén: «Judas y Silas, que también eran profetas, hablaron extensamente para animarlos y fortalecerlos» (Hechos 15:32). 
  6. Doce hombres en Éfeso: «Cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos, y empezaron a hablar en lenguas y a profetizar» (Hechos 19:6). 
  7. Las cuatro hijas solteras de Felipe: «Éste tenía cuatro hijas solteras que profetizaban» (Hechos 21:9). 
En las epístolas 

En las cartas del Nuevo Testamento, hay aproximadamente cuarenta y dos referencias a «profetas» o «profetizar». 

1 Corintios. Aparecen quince referencias en la primera carta de Pablo a la iglesia inmadura y carnal en Corinto (1 Corintios 3:1-4). Como estos creyentes estaban usando mal los dones del Espíritu, Pablo ofrece algunas instrucciones específicas acerca del don profético; en particular, darle prioridad a la atención de este don ya que Dios lo diseñó para edificar y animar a los creyentes (1 Corintios 14:1-4). Como ya hemos señalado, cuando «Judas y Silas» que eran «profetas» en la iglesia en Jerusalén fueron a Antioquía, «hablaron extensamente para animar y fortalecer» a sus compañeros creyentes. Resulta evidente que este era uno de los propósitos principales de este «mejor don». 

Efesios. En esta carta, sin lugar a dudas una carta circular más enfocada en la Iglesia universal que en una sola iglesia local, vemos de manera clara que el don profético se pone a la par con el don apostólico en el plan general de Dios para el cuerpo de Cristo: 
  • Ustedes… son… miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas. Efesios 2:19-20
  • El misterio de Cristo [la Iglesia]… ahora se les ha revelado por el Espíritu a los santos apóstoles y profetas de Dios. Efesios 3:4-5
  • Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas. Efesios 4:11 
1 Tesalonicenses. Cuando Pablo escribió su primera carta a la iglesia en Tesalónica dio algunas instrucciones específicas sobre cómo evaluar a aquellos que se suponía que tenían el don de la profecía, pero no era así. Les escribió: 
No apaguen el Espíritu, no desprecien las profecías, sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno (1 Tesalonicenses 5:19-21). 
Es claro que Pablo estaba amonestando a estos creyentes a discernir entre «falsos profetas» y «verdaderos profetas». Por una parte, no debían limitar la voz del Espíritu a través de los creyentes con el don; por otro lado, debían evaluar todo lo que se decía y solo escuchar los mensajes proféticos que provenían de Dios. 

Apocalipsis. Y por último, hay diez referencias a profetas o al profetizar en el libro de Apocalipsis. La mayoría de ellas son sobre quiénes recibirán y pondrán en práctica este don después que Jesucristo haya quitado a la Iglesia de este mundo. 

Los evangelistas
Aunque Pablo incluye «evangelistas» en las listas de los «mejores dones» en su carta a los efesios ( Efesios 4:11), solo existen tres referencias al título (euangelistes) en el Nuevo Testamento: 
  1. Felipe: «Al día siguiente salimos y llegamos a Cesarea, y nos hospedamos en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete» (Hechos 21:8).  
  2. Los mejores dones: «Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros» (Efesios 4:11). 
  3. Timoteo: «Haz obra de evangelista». (2 Timoteo 4:5, RVR 60).
Nota: La exhortación de Pablo a Timoteo con relación a un ministerio de evangelismo abre paso a una interesante pregunta. ¿El don de Timoteo (2 Timoteo 1:6) era el de evangelista, o él tan solo debía hacer «obra de evangelista»? [RVR ’60] Si tomamos como base todo el relato bíblico, creo que es lo segundo. 

De Euangelio 
Aunque solo existen tres referencias a «evangelistas» (euangelistes), cuando analizamos las funciones de estas personas descritas con la palabra primaria euangelio, hay al menos treinta pasajes en el libro de Hechos y en las cartas del Nuevo Testamento, y casi todos hacen referencia a hombres clave, como los apóstoles, Felipe el evangelista, Pablo, Bernabé, Silas y Timoteo, proclamando o predicando el evangelio a los incrédulos.

De Kerruso 
Al analizar el ministerio de los «evangelistas», no solo debemos mirar al proceso descrito por euangelio sino a otras palabras que describen el evangelismo. Por ejemplo, la palabra kerruso se utiliza unas treinta veces en Hechos y en las epístolas y a menudo se traduce «predicar, ser un heraldo y proclamar».
Una vez más, casi todas las referencias se dirigen a los mismos líderes principales (Felipe, Pedro, Pablo, Silas y Timoteo) que estaban presentando el evangelio a los incrédulos. 
La palabra kerugma también se usa varias veces para referirse al contenido del evangelio. Por ejemplo, Pablo escribió a los corintios: «[Dios] tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación (kerugma), a los que creen». 

De Katangello 
Los escritores del Nuevo Testamento también utilizaron la palabra katange para describir el ministerio de evangelismo. Este término básico, que significa «decir, declarar sin rodeos, abiertamente y en alta voz», se usa unas dieciocho veces en las epístolas y también se utiliza sobre todo para describir el ministerio de los apóstoles al comunicar el evangelio a los incrédulos. 

De Diamarturomai 
En términos de presentar el evangelio, otra de las palabras griegas que se utiliza para describir este proceso es diamarturomai. Significa «atestiguar, o testificar de modo solemne y dar testimonio con seriedad de la verdad del mensaje del evangelio». La predicación de Pedro, Juan y Pablo se asocia con esta palabra en el libro de Hechos.
En esta coyuntura, es evidente a partir del texto bíblico que el don del evangelismo estaba en buena parte combinado con el don de un apóstol, que pudiera ser una razón por la que Pablo omitió el referirse a «evangelistas» en la lista de los «mejores dones» en su carta a los corintios (1 Corintios 12:28). Por otro lado, hubo personas dotadas que no eran apóstoles en un sentido primario, que tuvieron el don de evangelistas. Aunque Felipe es la única persona que se menciona de manera específica es posible que Esteban y los otros cinco judíos de origen griego mencionados en Hechos 6 también tuvieran este don. Parece que al menos varios de estos hombres fueron los que primero presentaron el evangelio en Antioquía.

Pastores-Maestros

Cuando el término pastor se asocia con el término maestro (como sucede en Efesios 4:12) y se describe como un don especial de Dios, parece indicar un solo don. Además, esta es la única vez en que la palabra griega poimen (pastor) se identifica como un don del Espíritu. Aunque ancianos/obispos deben ser pastores, esta función nunca se define como un don sobrenatural sino más bien como una responsabilidad para todo hombre que sirve en este rol. Por otro lado, el término maestro (didaskalos) se usa con más frecuencia y, como hemos analizado en 1 Corintios 12:28 y Efesios 4:11, se define como un don sobrenatural. Como algo interesante, solo hay una referencia a personas con el don de maestro en el libro de Hechos (13:1), y en dos ocasiones Pablo afirmó que él fue «designado heraldo, apóstol y maestro» (2 Timoteo 1:11; ver también 1 Timoteo 2:7). Al igual que el don de «evangelista», la función de maestro (didasko) se describe con más frecuencia que el título. 
Nota: Debe notarse que por lo menos en una ocasión Jesús utilizó el término para describirse a sí mismo como «el buen pastor» (Juan 11:1, 14, 16; ver también Hebreos 13:20; 1 Pedro 2:25). 

En los Evangelios 

Para comprender este don único de pastor-maestro, debemos regresar a esa poco usual escena del aposento alto momentos antes de que Jesús fuera a la cruz. El Salvador les había dicho a los once apóstoles que quedaron que él los abandonaría. Para animarlos y consolarlos, enseguida los confortó al decirles que enviaría «otro Consolador… el Espíritu de verdad» para «[enseñarles] todas las cosas» y «[recordarles] todo» lo que les había enseñado (Juan 14:16-17, 26). Además, Jesús dijo, «Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad… y les anunciará las cosas por venir» (Juan 16:13). Armados con esta «verdad revelada» del propio Dios, los apóstoles serían capaces de comunicar a otros esta verdad. 

En el libro de Hechos

Este discurso del aposento alto (que se registra en Juan 13-16) establece el escenario para lo que sucedió el día de Pentecostés. Cuando vino el Consolador como prometió Jesús, el «Espíritu de la verdad» comenzó a consumar lo que Jesús dijo que sucedería. En la medida en que revelaba la verdad, también capacitaba de manera sobrenatural a los apóstoles para comenzar a enseñar esta verdad a los judíos creyentes como no creyentes. En respuesta a esta verdad acerca del Mesías, «tres mil creyeron» y luego «se mantenían firmes en la enseñanza [didajé] de los apóstoles» (Hechos 2:42). 
A partir de este momento en el libro de Hechos, el término enseñanza se usa casi de manera exclusiva para describir el ministerio de evangelismo de los apóstoles, particularmente entre los judíos. De hecho, este «proceso de enseñanza» se asocia en oportunidades con otras tres palabras que ya hemos analizado (euangelio, kerusso, y diamarturomai) que describen la presentación del evangelio a los incrédulos. Por ejemplo, en los primeros días del cristianismo, leemos que los apóstoles (los Doce) «no dejaban de enseñar y anunciar [euangelizo] las buenas nuevas de que Jesús es el Mesías» (Hechos 5:42). Y años después, cuando Pablo estaba preso en Roma, todavía estaba ocupado en este proceso de enseñanza evangelística entre los judíos incrédulos. Leemos: «Y predicaba [kerusso] el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo sin impedimento y sin temor alguno» (Hechos 28:31). En las epístolas Aunque el término básico para enseñanza (didasko) se usa casi de manera exclusiva por los apóstoles en el libro de Hechos con un fuerte enfoque en el ministerio de evangelismo, cuando se utiliza en las cartas del Nuevo Testamento, se refiere con mayor frecuencia, aunque no exclusivamente, a la edificación de los creyentes. Además, la «didajé» que era presentada por «personas con el don de maestro» como Pablo, capacitó a todos los miembros del cuerpo de Cristo para comunicarse unos a otros las verdades bíblicas, permitiéndoles madurar en Jesucristo. Por ejemplo, Pablo escribió a los colosenses: «Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda 508 su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría» (Colosenses 3:16; ver también 1:28; 2:7). Y cuando llegó el momento de equipar a las personas para un servicio y ministerio especiales, incluyendo a los ancianos, Pablo escribió a Timoteo: «Lo que me has oído decir en presencia de muchos testigos, encomiéndalo a creyentes dignos de confianza, que a su vez estén capacitados para enseñar a otros» (2 Timoteo 2:2).
Nota: Ver también 1 Timoteo 4:11-12; 6:2; Hebreos 5:12. La exhortación de Pablo a Timoteo de pasar a otros lo que él había aprendido de Pablo hace surgir otra pregunta muy interesante. ¿Recibió Timoteo alguna verdad bíblica (didajé) directamente de Dios o la aprendió ante todo de Pablo? Sabemos que Timoteo tenía un don especial del Espíritu Santo (2 Timoteo 1:6), pero debido a lo limitado de la información bíblica, es difícil precisar la naturaleza de este don. Aunque no lo puedo probar de manera conclusiva, mi criterio personal es que el conocimiento que Timoteo tenía de las Escrituras vino de la misma fuente básica que el mío: fundamentalmente de los apóstoles que tuvieron el don de revelación profético de «pastor-maestro».

La Enseñanza de los Apóstoles

El proceso «maestro-enseñanza» ha penetrado cada cultura del mundo desde el inicio de la creación. Sin embargo, la comunicación dentro de la comunidad cristiana es única ya que tiene como base la verdad revelada de Dios. 
Fue el Creador quien primero introdujo este proceso sobrenatural en el monte Sinaí cuando Dios reveló su voluntad a Israel. Dios entonces continuó revelándose a sí mismo y su voluntad a través de los numerosos profetas del Antiguo Testamento. Y cuando Jesús envió el «Espíritu de la verdad» el día de Pentecostés, él comenzó a revelar el cuerpo de verdades entregado al principio oralmente y que recibió el nombre de «Doctrina [Didajé] de los apóstoles» (Hechos 2:42). 
Este proceso continuó durante todo el primer siglo, de acuerdo con el registro bíblico. En los días iniciales de la iglesia, los líderes religiosos se alarmaron y se sintieron amenazados. En una ocasión, llevaron a los apóstoles ante el Consejo. El sumo sacerdote se dirigió a ellos de manera airada: «Terminantemente les hemos prohibido enseñar [didasko] en ese nombre», dijo. «Sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas [didajé], y se han propuesto echarnos la culpa a nosotros de la muerte de este hombre» (Hechos 5:28). 
Particularmente, Pablo usaba otro término griego, didaskalia, para describir un cuerpo de verdades bíblicas. Combinando estas dos ideas, le dijo a Tito que un anciano/obispo «debe apegarse a la palabra fiel, según la enseñanza [didajé] que recibió, de modo que también pueda exhortar a otros con la sana doctrina [didaskalia] y refutar a los que se opongan» (Tito 1:9; ver también Efesios 4:14; 1 Timoteo 1:10; 2 Timoteo 3:10, 16). 
Lo que comenzó el día de Pentecostés con la «enseñanza de los apóstoles» continuó durante varias décadas y con el tiempo llegó a ser un cuerpo de literatura al que llamamos el Nuevo Testamento. En esencia, estos documentos son la didajé y la didaskalia; un 510 cumplimiento pleno de lo que Jesús prometió a esos hombres en el aposento alto. Dentro del grupo de los primeros apóstoles, Mateo nos dio uno de los Evangelios, Pedro escribió dos cartas, y Juan su Evangelio, tres epístolas y el libro de Apocalipsis. Pablo, por supuesto, fue el más prolífico apóstol, escribiendo trece cartas. 
Sin embargo, el Espíritu Santo dotó por lo menos a otros cuatro hombres para escribir las Santas Escrituras. Santiago, el medio hermano de Jesús, escribió una de las cartas en el Nuevo Testamento y otro tanto hizo Judas, otro medio hermano de Jesús. Juan Marcos escribió uno de los Evangelios y un autor anónimo escribió Hebreos. Creo que todos estos escritores fueron pastores maestros, que escribieron el Nuevo Testamento, el cual es el fundamento para la preparación de todos «para la obra de servicio» de manera que lleguemos a tener «una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo» (Efesios 4:12-13). Es este cuerpo de verdades el que puede evitar que seamos «zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza» (v. 14); es decir, evita que se acepte un cuerpo de «enseñanzas» que no presenta armonía con la voluntad revelada de Dios. 
Si esta suposición es correcta, el don de pastor-maestro fue un don sobrenatural, revelador, tal como lo fue el don de la profecía. De hecho, todos los primeros apóstoles al parecer tenían tanto el don de la profecía como el de pastor-maestro. Hubo otros, sin embargo, que no fueron apóstoles en un sentido primario pero que tuvieron también tanto el don profético como el de enseñanza (ver Hechos 13:1). 
A menudo es difícil distinguir, según su función, cuáles son los dones mayores. Por ejemplo, Ágabo fue sin duda alguna un profeta, fue capaz de predecir el futuro con detallada precisión (Hechos 11:27-28; 21:11). Pero, ¿tenía más de uno de los «mejores dones»? No se nos dice. Sin embargo, sabemos que Pablo tenía todos los «mejores dones» (Hechos 13:1; 1 Timoteo 2:7; 2 Timoteo 1:11). 
También sabemos que Felipe no fue de los apóstoles, pero sin dudas era un evangelista con el poder del Espíritu Santo para obrar milagros increíbles (Hechos 8:5-7; 21:8). Por contraste, Pedro, como Pablo, también tenía muchos dones. Esta es la razón por la que es importante no categorizar demasiado los «mejores dones». Al parecer, algunas personas tenían uno de los dones. Otros tenían dos, mientras otros tenían tres. Pero los apóstoles en particular, tenían los cuatro 

Algunas conclusiones
 
De este estudio de los dones espirituales entre los primeros creyentes en la iglesia, podemos obtener ciertas conclusiones. 

Primero. Dios a través de Cristo y del Espíritu Santo dio los «mejores dones» para iniciar y establecer iglesias locales por todo el mundo del Nuevo Testamento. En 1 Corintios, Pablo afirmó que «Dios ha puesto» a estas personas con dones (12:28) y en Efesios, él escribió que fue el propio Cristo quien dio estos «mejores dones» (ver Efesios 4:7, 11). 

Segundo. Los «mejores dones» se dieron solo a unos pocos selectos entre los miles que llegaron a ser creyentes. Ellos sin duda alguna se destacaron como líderes que habían experimentado un poder sobrenatural del Espíritu Santo. Sin embargo, una vez que se fundaron las iglesias, los mejores dones dieron paso a una segunda fase, funciones de liderazgo permanente en esas iglesias. Como hemos visto en este estudio de Principios del liderazgo de la iglesia, los primeros hombres a ser designados fueron los ancianos/obispos, y este rol estaba abierto a cualquier hombre que deseara la posición y que hubiera desarrollado ciertas cualidades cristianas en su vida. En consecuencia, no existe referencia a tener o ser los «mejores dones» en la lista de requisitos. Esto no era tanto una «designación divina» y una «aprobación directa» del cielo, sino una designación basada en el discernimiento con relación a la madurez cristiana personal y a una buena reputación tanto dentro como fuera de la iglesia. 

Tercero. Además de ancianos/obispos que debían dirigir y pastorear las comunidades de fe locales, debían designarse diáconos cuando fuera necesario para ayudar a estos líderes espirituales. Como con los ancianos/obispos, esta posición estaba abierta para cualquier mujer u hombre maduro que fuera competente. Una vez más, en esta lista de requisitos no existen referencias a dones sobrenaturales. 

Cuarto. Estas fases de liderazgo a veces crearon confusión. Tanto 513 en las cartas del Nuevo Testamento como en los escritos de los padres de la iglesia se puede apreciar que se desarrolló la confusión. A todas luces, hubo superposición de funciones. Vemos esto de manera clara en la iglesia de Corinto, sobre todo porque no había hombres los suficientemente maduros para llegar a ser ancianos. Como resulta evidente, esta condición existió durante varios años. 
También vemos confusión cuando personas inmaduras desearon llegar a ser líderes en la iglesia. Tanto Timoteo como Tito enfrentaron este desafío de designar ancianos/obispos que llenaran los requisitos (1 Timoteo 1:3-4; Tito 1:10-11).

La didajé

En la medida en que los «mejores dones» originales quedaron fuera de la escena, vemos el reto que enfrentaron los líderes sobre discernir entre los líderes auténticos y falsos que viajaban por todo el panorama del Nuevo Testamento. Por ejemplo, considera la cita siguiente de La didajé «Cualquiera que venga y les enseñe todas las cosas ya dichas, recibidlo. Pero si el propio maestro se desvía y enseña otra doctrina para destruir estas cosas, no lo escuchen, pero
si su enseñanza es para el engrandecimiento de la justicia y el conocimiento del Señor, recibidle como al Señor».15 Nota cómo esta cita de La didajé se relaciona con la preocupación del apóstol Juan en su segunda carta cuando escribió: «Si alguien los visita y no lleva esta enseñanza [didajé], no lo reciban en casa ni le den la bienvenida» (1 Juan 10). Aquí Juan se estaba refiriendo a una persona que decía ser un «pastor-maestro», pero que al mismo tiempo traía un mensaje que negaba la deidad de Jesucristo. Es obvio que sería un falso maestro. Considera las citas siguientes de La didajé: 
  • Y con relación a los Apóstoles y los Profetas, actuad así de acuerdo con la ordenanza del evangelio. Que cada Apóstol que venga a ustedes sea recibido como el Señor, pero no le permitáis estar más de un día, o si fuera necesario también un segundo día; pero si permanece más de tres días, es un falso profeta. Y cuando un Apóstol continúe su camino no debe aceptar otra cosa que pan hasta que llegue al lugar donde ha de pasar la noche; pero si pide dinero, es un falso profeta.1
  • Pero todo verdadero profeta que desee establecerse entre ustedes es «digno de su alimento». De igual modo, un verdadero maestro es por sí mismo digno, como el hombre que trabaja, de su alimento.
  • Por lo tanto, designen para ustedes obispos y diáconos dignos del Señor, hombres humildes, no amadores de dinero,  veraces y aprobados, porque ellos también les sirven en el ministerio de los profetas y maestros. Por lo tanto, no los desprecien, porque ellos son sus hombres honorables junto con los profetas y maestros.

Estas citas demuestran varias ideas que ya hemos señalados también en la historia bíblica.
 
Primero. Sin duda alguna existen dos categorías de líderes en las iglesias del Nuevo Testamento —los que tenían los «mejores dones», quienes viajaban y ministraban a todos en general, y los que eran líderes permanentes en las iglesias locales — ancianos/obispos y diáconos. 

Segundo. Hubo quienes dijeron ser los «mejores dones» pero que en realidad no tenían el don del Espíritu Santo y estaban motivados por la avaricia. 

Tercero. Hubo quienes eran los «mejores dones», que estaban en verdad inspirados y dotados por el Espíritu Santo con capacidades especiales y que a veces trabajaron junto con los ancianos/obispos y diáconos competentes. 

Cuarto. Los ancianos/obispos competentes podían hacer en buena medida el mismo trabajo de aquellos con los «mejores dones», no debido a un llamado o don especial de parte de Dios, sino por su posición en Cristo, la presencia del Espíritu Santo en su vida, las características del carácter especificadas por Pablo en las epístolas pastorales, y por lo que habían aprendido de aquellos que fueron y tenían los «mejores dones».  

Nota: La didajé es un documento importante compilado cerca del final del primer siglo o en los comienzos del segundo. Sin lugar a dudas no es Escritura inspirada, pero en verdad refleja sucesos históricos. Los eruditos coinciden en que este documento fue «uno de los descubrimientos más importantes en la segunda mitad del siglo diecinueve». The Didache or Teaching of the Twelve Apostles: The Apostolic Fathers with an English Translation [La didajé o doctrina de los doce apóstoles: Los padres apostólicos con una traducción al inglés], Kirsopp Lake, traducción, Harvard University Press, Cambridge, MA, p. 305. 

Algunas palabras finales

Es mi criterio y experiencia personales que no debemos confundirnos en lo que tiene que ver con estas dos fases del liderazgo. La historia bíblica define con claridad quiénes debían servir como líderes permanentes en las iglesias locales. Estos roles pueden ser para cualquier hombre o mujer que esté a la altura de la estatura de Jesucristo reflejada en los requisitos descritos por Pablo en sus cartas a Timoteo y Tito. Por otro lado, de seguro experimentaremos confusión si no distinguimos entre los «mejores dones» y los requisitos para los líderes de las iglesias locales que tienen un claro mandato en las cartas pastorales. Esto se puede predecir. Hacer énfasis en lo que las Escrituras hacen énfasis nos conduce a la unidad. Pero si hacemos énfasis en lo que la Biblia no hace énfasis, invariablemente experimentaremos confusión. 

Capitulo extraído del libro de: 
Gene A. Gets;Principios del Liderazgo de la Iglesia: Una perspectiva bíblica, histórica y cultural; Moody Publishers; New edición (27 Agosto 2013)

Sobre el autor: 
Dr. Gene Getz nació en Francesville, Indiana, USA. Cursó sus estudios en el Instituto Bíblico Moody, obteniendo posteriormente su Bachelor on Arts en 1954 en el Rocky Mountain College en Billings, Montana, y su Master en educacion cristiana en el Wheaton College y su doctorado en New York University in 1968.  
Desde entonces ha trabajado en distintos ministerios: educación cristiana, música, y como profesor de seminario y universidad.
Es autor de más de cincuenta libros y ha participado directa o indirectamente en la apertura y crecimiento diecisiete iglesias en el área metropolitana de Dallas, Texas. 
 Actualmente, es pastor principal de la iglesia Fellowship Bible Church North en Plano, Texa; director del Center for Church Renewal; conferenciante en Renewal Radio; y profesor adjunto en el Dallas Theological Seminary.








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