La carga preocupante del pastor.
Por Les Thompson
Cuando se trata el tema de la técnica de la predicación —tan importante que
es— siempre me gusta añadir algo sobre el espíritu que debe acompañar esa
técnica. Debo admitir que me gusta predicar. A su vez decir que predicar siempre
me llena de temor: es tan fácil ponerme a mí detrás del púlpito en lugar de hacer que
Cristo sea el que es glorificado. Repito: al aprender las técnicas
no olvidemos el espíritu que debe acompañarla.
Al hablar de predicación quiero reconocer a mi querido padre, Elmer Thompson
(pastor Bautista), que por su ejemplo y nobleza como fiel predicador del evangelio de
Jesucristo me dejó un gran ejemplo de lo que es un predicador en su persona y cómo
debe predicarse ese mensaje tan sagrado.
En segundo lugar, quiero agradecer a un escocés que nunca conocí, Ian MacPherson,
pero que con un texto que escribió sobre la predicación cambió tanto mi estilo como mi
contenido. El libro en inglés lo tituló La carga del Señor (es un viejo libro que fue
editado en 1855 por una editorial metodista, y lo encontré en una librería con una
colección de libros usados). Lo leí a principios de mi ministerio —hace, cincuenta años
ya— y fue al leerlo que me di cuenta que predicar es mucho más que aprender una
técnica, o reunir unos pensamientos, o aprender como mantener la atención de un
público por una hora. Algo de ese sentir y de esa comprensión de lo que es de veras
predicar que me enseño MacPherson se lo comparto en los siguientes párrafos. En los
pensamientos que siguen citaré libremente algunas de las ideas e ilustraciones de aquel
dotado siervo del Señor. Por supuesto, habrá una mezcla de lo mío con lo suyo.
Lo pedido por Cristo Jesús
Poco antes de fallecer, Will Durant (1885 –1981), el gran historiador escribió las
siguientes líneas a su esposa (aparecieron en la dedicatoria de su famoso libro La historia
de la filosofía):
Crece fuerte compañera, para que puedas asentarte firme cuando caiga yo, así iré confiando en que los fragmentos regados de mis canciones retornarán compuestos por ti, en más perfectos cantos; mi corazón así se aquietará, confiado en que lo que yo al pasar dejé, tú a más profundidad llevarás.
Cuando Cristo se despidió expresó a sus discípulos un deseo con tono parecido:
Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:19-20).
La tarea difícil que nos dejó
Ser ministro del Señor Jesucristo no es cosa del todo fácil. Dijo el famoso predicador
T. T. Forsyth:
Algunas personas piensan que es una cosa dulce y fácil el hablar de Jesús. Leen las lindas historias acerca del Niño Jesús, de la Navidad, de la invitación que hizo a los niños a venir a él, y piensan que ha de ser una cosa fácil y sencilla ser un ministro y llevar ese dulce mensaje al mundo. Pero cuando vienen las tempestades enseguida descubren que la carga de anunciar a Cristo al mundo es muy, pero muy pesada, una carga dolorosa, una carga que solo los más fuertes pueden llevar”. Alejandro Gammie, autor y periodista, cuenta de un predicador que se levantó y con urbanidad y obvia facilidad de palabra dio su mensaje. Luego un anciano que estaba a su lado comentó: “Al oírlo me di cuenta que era un hombre de experiencia y conocimiento, y que se veía muy seguro en el púlpito. Lo que no me gustó era que tenía tanta confianza en sí mismo que no parecía tener ningún sentido de carga o preocupación por la alta responsabilidad que su oficio representa.
Y es precisamente sobre ese tipo de carga —o preocupación— que queremos
tratar. Bien podríamos preguntar:
- ¿Habrá realmente un sentido de carga o responsabilidad que ha de llevar un pastor?
- ¿Cuál es esa carga, si es que la hay?
- ¿Cómo ha de descargar esa responsabilidad?
La carga del Señor
Al pensar sobre las varias cargas significativas que debe llevar el predicador, podemos
identificar cuatro que son importantes.
1. LA CARGA DE LA ETERNIDAD
¿Cree usted que nuestros feligreses consumen mucho tiempo pensando acerca de la
eternidad? Puede que piensen en la eternidad cuando cantan alguna canción evangélica
que menciona el cielo. Puede que piensan en la eternidad cuando alguien en la
familia está gravemente enfermo, o por la muerte de un amigo o pariente
No cabe duda que la mayoría están consumidos con pensamientos de esta vida presente. Cómo pagar la renta, cómo avanzar en su empleo, cómo lograr la educación de sus hijos, cómo ganar más dinero, o cómo mejorar sus condiciones generales de vida. Raras veces se detienen para pensar que la vida en el mundo es tan corta y que la eternidad es muy pero muy larga.
Es precisamente sobre este tema que nosotros como predicadores tenemos el deber de
impartir una carga: hacer a la gente comprender que viven a un respiro de la eternidad. La
vida es pasajera. ¿De qué vale al hombre ganar el mundo si pierde su alma? Tenemos el
deber de recordarles el dicho de Salomón: "¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!"
En su texto MacPherson habla de un amigo predicador llamado Bengel, que decía:
“Mi carga principal no es el estado débil físico de mi cuerpo, ni mis aflicciones relativas,
ni los ataques que me hace la gente —aunque he sufrido de todas estas cosas. Lo que
tengo firmemente latiendo en mi corazón es esa carga de la eternidad”.
No hay predicador que predique con poder si no conoce esta carga. Este es el tema
que nos da urgencia, que nos hace sentir la gran responsabilidad que tenemos, puesto
que todos estamos en camino a la eternidad. ¿Estamos preparados? A su vez, ¿debe ésta
ser la única carga que nos preocupa?
2. LA CARGA DE NUESTRA PECAMINOSIDAD
Esta es una carga extraña para un predicador. ¿No hemos sido librados de nuestros pecados
por Cristo? ¿No hemos experimentado el perdón? ¿No nos ha separado Cristo de
nuestro pecado como el este está del oeste?
Hagamos una aclaración: no se trata de una carga por pecados cometidos, de eso
si nos ha librado Cristo. Hablamos de otra carga, la carga de nuestra tendencia pecadora,
de nuestra pecaminosidad. Como nos dice 1 Juan 1:8: "Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no esta con nosotros”. El capítulo
2, versículo 1 dice: “Hijitos míos de estas cosas he escrito para que no pequéis; y si
alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo, y el es
la propiciación por nuestros pecados”.
Pensemos de la carga de pecaminosidad que llevaban los grandes santos del
pasado. A cuenta de esa carga el apóstol Pablo confesaba que el era el más grande de
los pecadores, y el menor de los apóstoles. Un santo de las eras pasadas llamado
Lancelot Andrews confesaba: “Soy hecho de pecado”. Alexander Whyte, uno de los más
prominentes predicadores en la historia de Escocia, decía de sí mismo: “Soy el peor
hombre de Edimburgo”. Un amigo mío, Jerry Miller, acostumbraba a orar: “Señor tu eres
tan bueno… yo soy tan malo”.
¿Qué querían decir al hablar así de sí mismos? Cada uno tenía consciencia de sus
debilidades como hijos de Adán. Como dice Romanos 5:12: tal como el pecado entró en
el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a
todos los hombres, porque todos pecaron. La sangre de Adán que fluye en nuestras venas
nos hace a todos propensos al pecado. Las tentaciones nos atraen y fácilmente caemos.
Como admitía el mismo apóstol Pablo: en mi carne, no habita nada bueno; porque el
querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. Pues no hago el bien que deseo, sino
que el mal que no quiero, eso practico (Romanos 7:18-19). Y a la vez, como Pablo, damos
gracias a Dios por Jesucristo que nos ha perdonado y con su sangre nos limpia de todo
pecado. Cada uno de nosotros queremos ser más y más como Cristo. La carga de nuestra
pecaminosidad es algo que Cristo impone sobre los que predicamos el evangelio. Esa es
la carga que nos hace buscar a Cristo y reclamar su poder para vencer todo pecado.
Debo explicar que dar alguna expresión de menosprecio, como hicieron estos grandes
hombres de Dios, no es meramente hipérbole piadosa, estas citas que mencionamos
representan las palabras de hombres honestos que se han confrontado con sí mismos.
Como decía Richard Baxter: “En mis días de juventud me preocupaba principalmente por
mis pensamientos, palabras o acciones. Pero ahora me estorban mucho más todos esos
defectos y omisiones internos de mi carácter, por la falta que tengo de exhibir la gracia
divina en mi alma como debiera. Esas fallas representan la carga o las preocupaciones
más profundas de mi vida.”
Pero por importante y real que sea esta carga de nuestra pecaminosidad, no podemos
permitir que sea la que más absorbe nuestro pensamiento, ni que llegue a ser el
tema principal de mi predicación. Si siempre habláramos sobre esta realidad en nuestra
predicación, nos convertiríamos en pesimistas, seríamos unos morbosos, y gente triste
y sin gozo. Pensemos en otra de nuestras cargas.
3. LA CARGA POR LAS ALMAS
Recuerdo, en 1956, mi primer viaje a la Ciudad de México. Había escuchado que sólo dos
por ciento de la población verdaderamente conocía a Cristo. Recuerdo caminar por las
calles llorando, preguntándome: “¿Qué puedo hacer para que estas multitudes conozcan
a Cristo?” Al ver a todo aquel gentío realmente sentí una carga de Dios por esas almas y
mi corazón parecía quebrantarse.
Juan Wesley, el famoso predicador y reformador inglés, decía: "¡Qué gran carga
siento por mi pueblo!”
Se cuenta de un gran pastor escocés, Juan Welch, que pasaba largas horas de rodillas,
aun en las noches invernales, orando y agonizando en la oscuridad, con una simple
frazada tirada sobre sus hombros para protegerle del frío —su esposa suplicándole que
se acostara para recibir el descanso que necesitaba. Entre lágrimas decía: "O, mujer,
tengo a mi cargo las almas de tres mil personas, y son tantas que sufro porque no sé
cómo van las almas de muchos de ellos".
Juan Bunyan, autor del Progreso del Peregrino, llegó al punto en su ministerio que
decía que prefería ver a un hijo propio morir que contemplar morir a los amigos que no
tenían a Cristo.
¿No cree usted que esta carga por las almas debe por cierto ser parte importantísima
de nuestra preocupación como pastores?
Pero hay otra carga todavía que, a mi juicio, es la que debe ser la carga principal de todo ministro del evangelio, y es la carga del mismo Señor.
4. LA CARGA DEL MISMO SEÑOR
¿Qué queremos decir con la “La carga del mismo Señor”? Cuando damos definiciones
neo-testamentarias de la predicación, no hablamos de predicar religión, ni de predicar
cristianismo, ni tampoco enfatizamos predicar el evangelio. ¿De qué hablamos? ¡Hablamos
de predicar a CRISTO! De la suma importancia del Verbo de Dios, de con fidelidad
dar a conocer esa “Palabra” de Dios.
Aquí está la evidencia de esta carga que debe ser nuestra:
- Se dijo de Pedro y los apóstoles: “No cesaban de enseñar y predicar a Cristo Jesús”
- De Felipe, el diácono evangelista, se nos dice: “Descendiendo de la ciudad de Samaria les predicaba a Cristo” (Hch 8:5).
- Era el mensaje del apóstol Pablo desde su comienzo hasta su muerte, porque donde quiera que iba, dice Hechos 9:20, “Enseguida predicaba a Cristo en las sinagogas”.
Recordemos la misión que nos dio nuestro Salvador: “Pero recibiréis poder, cuando
haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
Predicar no es cosa de dar una serie de reglas éticas. No es anunciar una teoría
filosófica nueva. No es proclamar un programa social y humanitario. Tampoco es hacer
un énfasis sobre milagros fenomenales. Nuestro contenido distintivo se puede resumir
en una sola palabra: ¡CRISTO!
Esto lo vemos en Mateo 28:6-7: "No se asusten. Yo sé que están buscando a Jesús,
el que murió en la cruz. No está aquí; volvió a vivir, como lo había anunciado. Vengan,
vean el lugar donde habían puesto su cuerpo. Y ahora vayan de inmediato a contarles
a sus discípulos que Él ya resucitó, y que va a Galilea para llegar antes que ellos. Allí
podrán verlo. Este es el mensaje que les doy".
También lo dice Lucas 24:47-48: “Ustedes deben hablar en Jerusalén de todo esto
que han visto”. Y Marcos 16:14: “Finalmente se apareció a los once mismos, estando
ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no
habían creído a los que le habían visto resucitado”.
¿Qué queremos decir con “Predicar a Cristo”?
No queremos decir predicar acerca de Cristo:
Uno puede predicar acerca de Confucio, Buda, Mahoma, Sócrates, Bolívar y aún
acerca de Cristo, pero eso no es predicar propiamente teniendo incluido el contexto de
lo enseñado en el Nuevo Testamento.
Por ejemplo: hablando de Cristo puedo contar donde nació, quién fue su padre,
cómo fue su nacimiento; puedo hablar de sus palabras, de su hombría, de sus milagros,
aún de su muerte. Pero de igual forma podría hablar de Confucio, de Buda, de Mahoma,
de Sócrates, Nietzche o Fidel Castro.
Predicar a Cristo es más que tomar un texto “precioso” de la Biblia y adornarlo con
retórica, palabrería y verbosidad por cervantino que luzcamos. No es explicar palabras
complicadas del griego o elucidar el hebreo, e incluir ilustraciones emotivas y pertinentes.
Predicar a Cristo significa:
1. Sumergirnos en Su divina persona, es decir, hablar de todo lo que es
Dios:
- su señorío •
- su obra redentora
- su humillación
- su vida
- su muerte expiatoria
- su poderosa resurrección
- su presente gloria a la diestra del Padre
Positivamente:
- Predicar a Cristo implica hablar de nuestra conducta y compararla a la de Cristo.
- Es sacudir a los cristianos friolentos y prenderles en el fuego divino que produce:
- una conducta personal santa -una actividad vigorosa
- una vida transformada que actualiza los ideales cristianos
- Predicación sin la ética de Cristo es predicación fría, formal, carente de empuje moral.
- Predicación sin la ética de Cristo nos lleva al fanatismo
- Nos lleva al sentimentalismo tan de moda hoy, que deja al hombre pensar cómodamente que Dios es todo amor, y todo lo que soporta, un mundo donde desaparece el pecado, el castigo y el juicio divino.
- Nos lleva a una religión no práctica, donde llegan los cristianos a sentarse en unas bancas todos los domingos para aprender lindas historias bíblicas, oír cuentos de la antigüedad y salir iguales como entraron.
- El mundo no es una nave espacial sin propósito y sin rumbo
- El hombre no es un accidente de la evolución
- Este mundo tiene un Creador que ha preparado un destino para toda persona.
- Este mundo tiene un Gobernador que supervisa y controla poderosamente y con sentido infinito todo lo que sucede.
- Este mundo tiene un Juez que en su segunda venida silenciará a toda boca con su absoluta justicia
- Este mundo tiene un destino y un futuro glorioso y perfecto cuando todo ser viviente cantará “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz y buena voluntad entre los hombres”.
- Nuestra historia humana tendrá una gran conclusión cuando Cristo regrese.
Dice el autor MacPherson: “Predicar es algo glorioso, sublime, portentoso. Es una
actividad sobrenatural, es la transmisión de una Persona (Cristo) a través de una persona
(tú y yo) a una agrupación de personas, de tal forma que vean al Cristo eterno.
Continúa MacPherson:
La predicación cristiana no es una mera palabrería, aun cuando las hayamos tejido sobre un lienzo literario bajo las reglas del arte de la retórica. La predicación cristiana es infinitamente mucho más: es la comunicación de la Palabra, es llevar a cuestas esa carga en nuestros mensajes, muy concientes de que esa carga es la carga del Señor. No es sencillamente la carga que el Señor impone sobre nosotros, sino esa carga es el mismo Señor Jesucristo. Así que la predicación es algo glorioso, sublime, portentoso. Es una actividad sobrenatural, es la transmisión de una Persona a través de una persona, a una compañía de personas. Pero la Persona presentada es nada menos ni nada más que el Cristo eterno.
Añade MacPherson:
Cada verdadero sermón es un Belén.” [Nótese cuidadosamente este ejemplo que usa:] “Por encima del sermón trasluce la gloriosa estrella. Como si fuera un fondo musical, se oye el son de los felices ángeles. Al oírlo, hombres de sabiduría traen sus regalos y allí se postran, y el mundo se alegra por la venida del Salvador. Así como históricamente María fue la intermediaria por la cual Cristo se hizo hombre, de una forma muy parecida el predicador llega a ser el intermediario de Dios a la humanidad a través de su mensaje.
Lo que nos enseña la versión Vulgata Latina del “Logos”
Es curioso notar que en la versión latina del Nuevo Testamento se traduce la palabra logos de Juan 1:1 con la palabra latina sermón (es obvio que de la palabra logos viene el sentido de nuestra palabra hispana sermón). Como un ejemplo para saber como se leía en el latín interpongamos la palabra sermón allí en los primeros dos versículos de Juan I
En el principio era el Sermón, y el Sermón era con Dios, y el Sermón era Dios.
¡Que definición más hermosa para un sermón! Pudiera al principio parecer muy atrevida
y presuntuosa; pero cuando de veras se ha llenado el predicador del evangelio por el
Espíritu Santo —y no presenta una prédica defectuosa o forzada por sus limitaciones
humanas— él puede con justificación hacer ese reclamo tan estupendo.
En su pequeño volumen que lleva por título Predicción, el gran predicador Campbell
Morgan nos indica que aunque en nuestras biblias la palabra verbo (que quiere decir
“palabra”) viene con mayúscula, en el original no se hace esa distinción. Para notar la
implicación, citemos a dos textos, primeramente Juan 1:14:
Y la Palabra fue hecha carne y habitó entre nosotros.Y ellos… fueron por todas partes predicando la Palabra.
Notarán en sus Biblias que los traductores usaron la mayúscula al decir “Palabra”,
sin embargo en el original no tiene mayúsculas. Es glorioso pensar que Cristo, la Palabra
de Dios, es encarnado en nosotros por nuestras palabras si hemos sido fieles en nuestra
predicación. La importancia de tal declaración es obvia: la verdadera predicación no es
nada menos que la comunicación del Cristo eterno a través de un predicador humano
consagrado.
¿No será así como los grandes predicadores de la historia han interpretado su deber?
- Un padre del Segundo Siglo dijo: “Si fueran los altos cielos mi púlpito y mi audiencia las huestes de los redimidos, Jesús, y solamente Él sería mi texto”.
- Martín Lutero: “Siempre predicamos a Cristo y sólo a Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero: eso pudiera parecer un tema monótono y limitado, algo que con poco sermones se agotaría, pero la verdad es que es inagotable.”
- Alexander Maclaren: “Mi tema siempre es Cristo Jesús, no solo el de los evangelios, pero también el Cristo de los evangelios y las epístolas”.
Al identificar nuestra palabra con la Palabra de Dios, es fácil pensar que nosotros
como personas somos más de lo que verdaderamente somos. Tenemos que decididamente
rechazar todo pensamiento parecido. Somos sencillamente los canales que Dios
usa. Somos mendigos contándoles a otros mendigos donde encontrar pan. Somos, como
Pablo dijo, el era el más grande de los pecadores, y el menor de los apóstoles —el más
indigno de los siervos de Dios. A su vez, como predicadores somos la tubería a través de
la cual fluye el agua de la vida.
El autor MacPherson usa el símil del tronco de un árbol vigoroso por el cual fluye
la savia a cada fibra. “Cuando la Palabra nació de María no lo hizo transmitiéndose
milagrosamente sin participar de la naturaleza y sustancia de ella. Al contrario, el se
apropió de la misma carne y sangre de ella…y así también es con el ministro y su mensaje.
Cuando de veras se predica, cuando la palabra se comunica con vida, la personalidad del
predicador no es pasiva. Lejos de ello. Únicamente cuando todo el poder de su facultad
y habilidad son unidos armoniosa y vigorosamente es que se proclama propiamente la
Palabra Divina. Nunca olvides que únicamente predican aquellos que llegan a agarrarse
con el alma y cuerpo de las grandes realidades de Cristo y su redención”.
Ilustraciones
Se hablaba del predicador que “Jugaba con un precioso texto, dándole vueltas y vueltas de aquí para allá sin nunca llegar a nada.
Un tal W.R. Maltty dijo de un predicador: “Habló de grandes cosas y las hizo aparecer chicas; habló de cosas santas y las hizo aparecer comunes; y habló de Dios, y le hizo a aparecer sin valor.
Un historiador holandés, criticando a los predicadores de su siglo, dijo: “Al predicar
un sermón sobre el Advenimiento de Cristo solo enfatizaban el establo; para el sermón
de Epifanía (cuando Jesús se da a conocer), enfatizaban cómo dar buenos consejos; para
el sermón de Resurrección hablaban de los beneficios de las caminatas (como los que
caminaban hacia Emaus); y los que usaban el tema del Pentecostés para hablar sobre
la embriaguez”. Totalmente perdían u ocultaban con sus palabras el verdadero sentido
del evento. ¡Qué triste la condición espiritual de un pastor que toma textos sublimes y
los convierte en temas triviales!
Nuestro deber es predicar a Cristo en toda su gloria y majestad. Qué fácil es achicarlo
y humanizarlo hasta el punto que pierda su poder y señorío. Años atras oí un
programa de Oral Roberts. Recuerdo como me alarmé al oírle anunciar que iba a
construir la mayor imagen de Cristo que se ha construido sobre el mundo, una imagen
de 300 metros de altura a un costo de varios millones de dólares. ¡Qué monstruosidad;
pensar que al que ni el mundo ni el universo pueden contener, ahora un hombre
pretende reducirle a una estatua de 300 metros! Pero no seamos ligeros en criticar a
Oral Roberts. ¡Cuántas veces yo, y posiblemente tú, hemos achicado a nuestro glorioso
Salvador a través de nuestras palabras predicadas!
Predicar es una tarea gloriosa, sublime, y portentosa. Es una actividad sobrenatural,
es la transmisión de la persona de Cristo a través de mi persona como predicador a una
compañía de personas que Dios me ha dado como mi responsabilidad. ¡Que Dios nos
ayude a serle fiel!
Una identificación penosa
Un hombre, dice Maclaren, “debe comenzar temprano en su ministerio, a tratar
grandes temas. Como un atleta adquiere fuerza al hacer fuertes ejercicios, de igual forma
un predicador debe ejercitar sus fuerzas al tratar grandes textos bíblicos. Mientras mas
lucha mas poder adquirirá”.
Pero que se trate grandes temas no quiere decir que estos serán “grandes” sermones.
Y aquí nos viene una advertencia: “Nunca busques ser grande: tal búsqueda y tal
grandeza te hará chico”. La grandeza, si es que nos ha de alcanzar, nos llegará sin
nosotros saber que ha llegado. Hay una petición antigua que nos viene de la liturgia
Morava que dice: “Del deseo infeliz de llegar a la grandeza, líbrame Señor”.
Dijo otro gran predicador Henry Ward Beecher: “Cada joven que aspira a algo quiere
hacer grandes cosas y predicar grandes sermones. Debe recordar que grandes sermones,
en el 99 por ciento de los casos, son mera paja.” Debemos tratar grandes temas y hacerlo
con empeño, como el que sube una montaña y de lo alto contempla las grandes
maravillas que ve.
Conclusión
Permítame dos sugerencias finales:
1. Luche para ser entendido
- El hecho de que prediquemos a Cristo no implica que hayamos de dar un discurso pedante conteniendo toda la grandeza de la doctrina cristiana. A Cristo lo podemos ver desde una infinita variedad de ángulos y mostrarlo de una multiplicidad de aspectos. No te hagas la falsa idea de que puedes condensar todas estas cosas tan sublimes en un sermón, pues no solo te saldrá denso pero sería un sermón demasiado extenso. Un sermón solo puede captar y reflejar claramente una faceta de la persona de Cristo a la vez, y la prudencia nos dictaría que sería una pretensión insensata procurar poner todo nuestro conocimiento acerca de Cristo en un solo sermón. No olvidemos la pobreza de nuestro pensamiento humano finito cuando tratamos al ser infinito. Un consejo importante: ¡sabio es el predicador que deja algo para mañana!
2. Busque la manera de predicar a Cristo, con grandeza, pero también con variedad
- Viene a mi mente el hermoso paisaje que hay en el camino entre Bariloche en Argentina y Osorno en Chile. Es un calidoscopio de hermosura. Cada vez que lo cruzo veo algo distinto. De Argentina uno sale de las tierras áridas y desiertas para enfrentarse a la rica cordillera que llena el horizonte. Hay montañas que traen a la mente toda clase de pensamientos. Uno toma la carretera hacia el Oeste y pronto en lugar de hierba seca se encuentra con poderosas montañas y árboles que levantan sus verdosos brazos en alabanza a Dios. Al lado, para completar el escenario, se ve el interminable lago con sus aguas refrescantes. Al hacer el cruce somos llevados hasta las cumbres para luego hacer un leve descenso a los ricos y verdes prados que adornan el paisaje de la bella ciudad de Osorno. En sentido parecido así es Cristo. Siempre vemos en Él otra vista, otro paisaje, otro reto. La vida entera no será suficientemente larga para contar todo lo que Él nos es.
Este texto es parte del libro El mensaje que predicamos; Medina, Juan & Thompson, Les; Editorial Logoi. Nota: Lo puedes descargar gratis desde nuestro canal en Telegram t.me/nexocristiano
Sobre el autor:
Rev. Les Thompson, Ph.D. (1931-2011) nació y se crió en Cuba. El Dr. Thompson sirvió al mundo hispano, desde Argentina hasta México, durante cinco décadas. Se graduó de Prairie Bible College en Canadá, con estudios de posgrado en Western Washington University, y un doctorado en Educación de la University of Wales, Bangor. Fundó la Universidad FLET y Ministerios LOGOI. Escribió trece libros, entre ellos: Cartas a Carlos, La fe que mueve montañas, Los diez mandamientos y La Santa Trinidad. Es recordado a lo largo de las Américas como el “Pastor de los pastores” por sus enseñanzas bíblicas y conferencias. Casado con Carolyn, tienen cuatro hijos, 14 nietos, y 14 bisnietos. Les Thompson falleció el 30 de agosto de 2011.
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