El papiro y el pergamino
El papiro procedía de una planta del mismo nombre, que se producía en Egipto, particularmente en el valle del Nilo. El uso
"más importante del papiro en Egipto fue la de ser soporte de escritura. La fabricación de este soporte se realizaba cortando solamente el tallo, se introducía primero en agua, después se le quitaba la corteza verde y se cortaba en tiras de 25 mm de ancho. Las tiras obtenidas se extendían en una superficie plana y se mojaban con agua del Nilo, sobre esta capa se ponía otra en sentido transversal y uniéndolas mediante presión se dejaban secar al sol. Se obtenía así una hoja compacta que se aplanaba con un martillo, se pulía y alisaba con un instrumento de marfil, después se cortaba para obtener hojas de un mismo formato, entre 12 y 13 cm de largo y de 22 a 33 cm de alto, finalmente las hojas se envolvían con forma de rollo y algunos se comercializaban."[2]
Durante el tiempo que fueron escritas las distintas secciones del Nuevo Testamento continuaba en uso escribir sobre rollos de papiro o pergamino. Este material se obtenía tratando las pieles de animales como ovejas, cabras, terneras, corderos y otros.[3] El pergamino debe su nombre a Pérgamo, el lugar donde se producían pieles para usarse como materiales de escritura. El pergamino surgió como una alternativa al papiro porque según
Plinio el Viejo, el rey Tolomeo de Egipto, queriendo mantener secreta la producción de papiros para favorecer a su propia biblioteca de Alejandría, prohibió su exportación, lo que obligó a su rival, Eumenes, soberano de Pérgamo, a encontrar un material nuevo para los libros de su biblioteca. Si Plinio estaba en lo cierto, el edicto de Tolomeo llevó a la invención del pergamino en Pérgamo en el siglo II a. C., aunque los primeros ejemplares de los que tenemos noticia datan de un siglo antes.[4]
Fue en el siglo III a. C. cuando el pergamino comenzó a ser preferido para fijar en él la escritura de libros y otros documentos. Entre los judíos se usaban pieles, aunque no necesariamente procedentes de Pérgamo, desde el siglo VI a. C. para fijar sus escritos. Mientras los griegos y romanos prefirieron el uso de papiros, los judíos optaron por los pergaminos, “los manuscritos hallados en las cuevas de Qumrán son aquí preciosos testigos, presentándose la gran mayoría de ellos en pergamino”.[5]
Los “entre 850 y 900 manuscritos o fragmentos fueron encontrados [en 1947] cerca de un wadi (un vado de un río) llamado Qumrán, a unos 15 kilómetros al sur de Jericó […] diseminados en once cuevas. […] una cuarta parte está formada por textos bíblicos”.[6]
Uno de los rollos encontrados en Qumrán contenía el libro del profeta Isaías, ésta copia, consideraron los expertos fue hecha en el siglo 1 d. C., y midió 25.4 centímetros de alto por 7 metros y 30 centímetros de largo. Por esto quien realizó la copia debió usar un rollo casi del doble de largo de los usualmente vendidos por quienes trabajaban las pieles hasta dejarlas listas para escribir sobre ellas.[7]
Cuando Jesús leyó una porción del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4:16-20), es altamente seguro que lo hizo en un rollo de pergamino. Las sinagogas tenían un funcionario que era el “responsable por el mantenimiento del edificio, los rollos, etc.”.[8] El custodio debía proteger los rollos de las Escrituras a él confiados, tanto por su valor religioso como por el económico, dado que era muy alto el precio a pagar para obtener una copia de algún libro de lo que llamamos Antiguo Testamento.
El Códice
Los rollos de pergamino fueron paulatinamente sustituidos por otro material, el cual resultó de mejores cualidades para escribir en él, manejarlo y transportarlo: el códice. Éste fue una innovación de origen romano: “Entre los latinos, la palabra designaba un conjunto de tablillas que un bramante unía entre sí”.[9]
Durante siglos la Biblia fue reproducida por copistas en largas jornadas de cuidadodo trabajo a mano. Fue así hasta la invención, o perfección como aducen algunos, de la imprenta de tipos móviles por Johannes Gutenberg en algún momento del siglo XV.
El códice estaba compuesto por hojas de papiro o pergamino y de cubiertas, delantera y trasera, para proteger lo contenido entre ellas. Las cubiertas eran de un material más grueso que las hojas, por ejemplo de madera. No es posible fechar con certeza la elaboración de los primeros códices, sin embargo es factible hacerse una idea de sus comienzos por la referencia que hace “Séneca (muerto en el 65)” cuando menciona que “el nombre caudex se daba entre los antiguos a un ensamblaje de varias tablillas”.[10] Las tablillas unidas por cordeles, serían sustituidas por hojas dando origen al precursor de lo que conocemos como libro.
El uso del códice iba a extenderse a los dominios romanos. Cabe la probabilidad de que algunos escritos primitivos cristianos hayan sido fijados en formato códice, o en un antecedente del mismo. Si no fue así, sino que esos escritos circularon en rollos, de todas maneras es posible afirmar que Pablo, por ejemplo, conocía el nuevo soporte de escritura que comenzaba a sustituir los rollos de papiro o pergamino. A la libreta de pergamino se daba el nombre de “membranae en latín y después membranai en griego. Éste es precursor inmediato del verdadero códice. Sin duda desde Roma su uso se difundió muy rápidamente, en el siglo I, hasta el Próximo Oriente. Éstos son los ‘cuadernos de pergamino’, llamados precisamente membranai, que Pablo de Tarso pide a Timoteo que le lleve”.[11] La solicitud se localiza en 2 Timoteo 3:14.
En el segundo siglo los cristianos fueron los principales difusores del formato códice, lo usaron para dar a conocer tanto copias de secciones de lo que sería el Nuevo Testamento como cartas de los líderes de comunidades y/o discípulos de la primera y segunda generación cristiana. Los escritos cristianos más antiguos que se han descubierto por arqueólogos del siglo XX son ejemplares de códices de papiro.[12] La porción más antigua que se conserva del Nuevo Testamento es “el llamado papiro P52, data aproximadamente del año 125, y contiene unos pocos versículos del capítulo 18 del Evangelio de Juan”.[13]
Un dato es revelador de la preferencia cristiana por el códice en lugar del rollo: “De los restos de libros griegos que pueden ser fechados antes del tercer siglo [a. C.], más del 98 por ciento son rollos, mientras que de los libros cristianos sobrevivientes del mismo periodo casi todos son códices”.[14]
Tal vez las abrumadoras evidencias arqueológicas del uso cristiano de los códices fue lo que ha llevado a que algunos concluyan, erróneamente, que el códice debe su invención a los cristianos. No ocurrió así, lo que los cristianos hicieron fue potenciar un formato ya existente y, por decirlo de alguna manera, lo hicieron universal.
Las cartas de Pablo fueron escritas en papiro.[15] El costo de producir cada una de ellas incluía, además del papiro, la tinta y pago al secretario. Aunque es difícil hacer una estimación precisa del costo de cada escrito en precios actuales, si a cada componente necesario para producir una de las epístolas paulinas se le valora en el salario laboral diario de aquellos tiempos, y se hace la equivalencia con sus similar en nuestros días, el resultado es que, por ejemplo, el costo de la Carta a los Colosenses sería de 502 dólares (en moneda mexicana 6 mil 565 pesos).[16]
Lectura bíblica en comunidad
Entre los motivos para reunirse que tenían las comunidades cristianas, uno de ellos era escuchar la lectura que en voz alta hacía algún integrante de una sección de lo que vino a ser el Nuevo Testamento. El alto costo de los escritos hacía imposible que se poseyera individualmente una copia de los evangelios o epístolas neotestamentarias. Además, eran pocos quienes estaban capacitados para leer esos escritos. Al respecto un investigador estima que “no hay una respuesta definitiva acerca del nivel de alfabetización de los primeros cristianos, pero no debió ser muy diferente a la del resto de las sociedades en la Antigüedad: una minoría letrada, nunca superior a 10 por ciento”.[17]
El códice favorecido por los cristianos terminó por transformarse en el formato preferido por la sociedad en general, de tal manera que “para el año 400, el rollo clásico se había abandonado casi por completo y la mayoría de los libros se producían como hojas agrupadas en un formato rectangular”.[18] En cuanto a la materia prima usada en los códices, “a partir del siglo IV, y hasta la aparición del papel en Italia ocho siglos después, el pergamino fue el material preferido en toda Europa para fabricar libros”.[19] La elaboración del papel fue originaria de China. Se atribuye su confección “al director de los talleres imperiales, Ts' ai Lun, [quien] al principio del siglo II d. de C. tuvo la idea de fabricar una especie de pasta delgada sacada de la corteza de la morena, del cáñamo y de material de desecho de tela o seda”.[20] El uso del papel se generalizó en Europa durante el siglo XII.
En el siglo XIII los lectores y estudiosos de la Biblia tuvieron a su disposición una herramienta que facilitó la localización y cita de pasajes del volumen. Stephen Langton (1150/55-1228), arzobispo de Canterbury, introdujo los capítulos en las Escrituras, que, “con pequeñas modificaciones, se siguen usando [en la actualidad]”.[21]
La Biblia impresa
Durante siglos la Biblia fue reproducida por copistas en largas jornadas de cuidadoso trabajo a mano. Fue así hasta la invención, o perfección como aducen algunos, de la imprenta de tipos móviles por Johannes Gutenberg “en algún momento de la década de 1440”.[22] A partir de entonces la producción de libros experimentó un cambio revolucionario.
El primer libro que salió de la imprenta de Gutenberg fue la Biblia, una edición de la Vulgata Latina traducida por San Jerónimo a fines del siglo IV d. C. Gutenberg inició el magno proyecto de imprimir las Escrituras en “1449 o 1450. La composición comenzó en 1552, y la impresión fue completada en 1456”.[23]
En 1516 es publicado por Erasmo de Rotterdam el Nuevo Testamento en griego. La lectura del mismo llevaría a Martín Lutero al descubrimiento de que “la justicia de Dios es un regalo para los pecadores”.[24] En el siglo XVI, con el movimiento iniciado por Lutero, la traducción de la Biblia a distintos idiomas tuvo un gran impulso por toda Europa.[25] El propio ex monje agustino se dio a la tarea de traducir el Nuevo Testamento al alemán, el que salió publicado en 1522, y toda la Biblia en 1534.
Desde el siglo XIII habían sido añadidos los capítulos a la Biblia, como quedó consignado antes. En 1551 el impresor Robert Estienne, conocido como Stephanus, publicó una nueva edición del Nuevo Testamento griego de Erasmo, e incorporó los versículos.[26] Dos años después salió de la imprenta de Stephanus la Biblia traducida al francés, “la primera en usar la división de capítulos y versículos”.[27]
Estudio bíblico manuscrito
Cuatro siglos después de la Biblia con capítulos y versículos impresa por Stephanus, un asesor de grupos estudiantiles del movimiento InterVarsity Christian Fellowship (IVCF) comenzó en sus estudios personales a marcar la Biblia con lápiz y colores. Esto para resaltar palabras claves, temas, personajes, preguntas, etc.
Sin embargo:
[…] algo me molestaba, aunque no lo hubiera podido verbalizar en ese entonces. Era que cada vez que cambiaba de página desaparecía de mi vista el material con el cual había estado trabajando, y no había una manera de relacionarlo visualmente con las nuevas páginas. Una mañana se me prendió el foco; tenía que comprar dos nuevos testamentos y cortar las páginas (estaba trabajando con 2 Corintios) y entonces podría colocar cada página hacia arriba y trabajar todo el texto. Así lo hice, y descubrí que esto abrió muchos significados, al hacerse evidente la estructura interna y las relaciones dentro del texto. De esta manera toda la carta de Pablo adquirió un nuevo significado [30]
Después Paul Byer (1923-2000) compartió con una de sus compañeras de ministerio la forma en que estaba estudiando la Biblia, y lo iluminador que esto resultaba, ambos decidieron probar el sistema con estudiantes. Para no cortar más nuevos testamentos, tipearon el texto de la Carta a los Colosenses y elaboraron copias mimeografiadas. Llamaron al nuevo formato “estudio bíblico manuscrito”. El texto del mismo solamente tiene numeración de páginas y cada cinco líneas. No tiene títulos ni subtítulos, tampoco párrafos, ya que no incluye punto y aparte.
Cuando desde Australia, en carta del 11 de agosto de 1986, Ross P. le preguntó a Paul Byer sobre los inicios del “estudio bíblico manuscrito”, él respondió que por primera vez condujo este tipo de estudio “en 1953, o 1954, y estudiamos Colosenses en The Firs, un centro de conferencias en Bellingham, Washington […] en sesiones matutinas y vespertinas durante cinco días. Probó ser un tiempo significativo para quienes nos involucramos y continuamos este formato una o dos veces por año con otros estudiantes”.[31]
Hacia finales de los años 1950, Paul Byer comenzó a usar el “estudio bíblico manuscrito” en campamentos de verano con los grupos de IVCF de la costa oeste de Estados Unidos. Los estudiantes descubrieron que el texto mecanografiado y copiado en hojas tamaño carta podía ser anotado, marcado con distintos colores para hacer vínculos con otras secciones, escribir preguntas e información de ayuda para dilucidar el sentido de lo leído. Adicionalmente al estudio personal, después cada participante se agregaba a un grupo pequeño para compartir sus hallazgos y, finalmente, los grupos pequeños tenían una plenaria en la que compartían sus descubrimientos. La función de Paul Byer era moderar el estudio, hacer aclaraciones y llegar a ciertas conclusiones que se desprendían del texto personal, grupal y plenariamente estudiado.[32]
El “estudio bíblico manuscrito” se difundió por muchas partes del mundo a través de su creador, en viajes Europa, Asia y América Latina (en particular México), pero también mediante varios hombres y mujeres que participaron de escudriñar las Escrituras con este método. Del impacto que esta experiencia tuvo en su acercamiento a la Palabra, por lo menos dos de los discípulos de Paul Byer han escrito muy útiles comentarios a libros de la Biblia y se los dedicaron a él. Ron J. Kernaghan, autor de un comentario al Evangelio de Marcos dejó constancia de lo siguiente en su dedicatoria: “A Paul (in memoriam) y Marilyn Byer [su esposa], mentores, maestros, y amigos de generaciones de estudiantes alrededor del mundo”.[33] La de Stan Slade dice: “A Paul Byer, mi querido maestro de Biblia y modelo inspirador del líder-siervo”.[34]
Paul Byer, con su “estudio bíblico manuscrito” sin capítulos ni versículos, regresó la lectura de las Escrituras a una forma similar a la realizada por los cristianos del primer siglo. En este formato la vida del texto se capta al interactuar, dialogar con él y hacerle preguntas cuyas respuestas encontramos si profundizamos en el estudio personal y comunitario, mediante nuestras anotaciones y marcas de colores elegidos por nosotros mismos. Por supuesto que el “estudio bíblico manuscrito” no desplaza, ni fue la pretensión de su creador hacerlo, a la Biblia con capítulos y versículos. El acercamiento de Paul Byer es una forma de adentrarse en la Biblia que, a mi parecer y el de muchos que lo han practicado, dinamiza el acercamiento a la Palabra de Dios, la cual “es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12, Nueva Versión Internacional).
Exposición presentada en el Centro de Estudios Anabautistas, en el programa Diplomado en Biblia y Ministerio Cristiano, 13 de septiembre de 2014.
Sobre el autor:
Carlos Martínez García es periodista y sociólogo, miembro fundador del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano. Es autor de varios libros y artículos sobre historia de la Iglesia y su relación con la sociedad. Ha sido profesor de historia en el Seminario Teológico Presbiteriano de México y en otras instituciones teológicas nacionales e internacionales.
Referencias:
[1] Donald L. Brake, A Visual History of the English Bible, Baker Books, Grand Rapids, 2008, p. 25.
[2] Del rollo al códice miniado, DGSCA-UNAM, 1997-1999, p. 5.
[3] Ibíd., p. 11.
[4] Alberto Manguel, Una historia de la lectura, Editorial Joaquín Mortiz, México, 2006, p. 141.
[5] André Paul, La Biblia y Occidente. De la biblioteca de Alejandría a la cultura europea, Editorial Verbo Divino, Navarra, España, 2008, p. 191.
[6] Edesio Sánchez Cetina, “Los rollos del Mar Muerto”, en Edesio Sánchez Cetina (editor), Descubre la Biblia II, Sociedades Bíblicas Unidas, Miami, 2006, p. 205.
[7] E. Randolph Richards, Paul and First-Century Letter Writting. Secretaries, Composition and Collection, InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois, 2004, p. 51.
[8] Craig S. Keener, Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento, Editorial Mundo Hispano, El Paso, Texas, 2006, p. 195.
[9] André Paul, op. cit., p. 193.
[10] Ibíd.
[11] Ibíd., p. 194.
[12] Harry Y. Gamble, Books and Readers in the Early Church. A History of Early Christian Texts, Yale University Press, New Haven and London, 1995, p. 49.
[13] Néstor O. Míguez, “Arqueología del Nuevo Testamento”, en Edesio Sánchez Cetina (editor), op. cit., p. 194.
[14] Harry Y. Gamble, op. cit., p. 49.
[15] E. Randoph Richards, op. cit., p. 166.
[16] Ibíd., p. 169.
[17] Sergio Pérez Cortés, La travesía de la escritura. De la cultura oral a la cultura escrita, Taurus, México, 2006, p. 128.
[18] Alberto Manguel, op. cit., p. 141.
[19] Ibíd., p. 140.
[20] Del rollo al códice miniado, p. 12.
[21] F. L. Cross y E. A. Livingstone, The Oxford Dictionary of the Christian Church, Oxford University Press, New York, p. 950.
[22] Alberto Manguel, op. cit., p. 145.
[23] Alister McGrath, In the Beginning. The Story of the King James Bible and How It Changed a Nation, a Language and a Culture, Anchor Books, 2002, p. 15.
[24] Donald L. Brake, op. cit., p. 87.
[25] Carlos Martínez García, “La Biblia de Lutero”, La Jornada, 6/V/2009, disponible en:
[26] Donald L. Brake, op. cit., p. 33.
[27] Alister McGrath, op. cit., p. 118; F. L. Cross y E. A. Livingstone, op. cit., p. 1540.
[28] Alister McGrath, op. cit., pp. 99 y 249.
[29] Sobre pormenores de la traducción realizada por Casiodoro de Reina ver Enrique Fernández y Fernández, Las biblias castellanas del exilio: historia de las biblias castellanas del siglo XVI, Editorial Caribe, Miami, 1976, pp. 99-128; Jane Atkins Vásquez, La Biblia en español: cómo nos llegó, Augsburg Fortress, Minneapolis, 2008, pp. 87-103.
[30] The “Ross Letter”: Paul Byer´s Account of How Manuscript Bible Study Developed and Its Significance, respuesta de octubre de 1986, revisada en febrero de 1987, p. 2.
[31] Ibíd.
[32] Video en el que Paul Byer comparte sobre las características del “estudio bíblico manuscrito”:
[32] Ronald J. Kernaghan, Mark, InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois-Nottingham, England, 2007.
[33] Stan Slade, Evangelio de Juan, Serie Comentario Bíblico Iberoamericano, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 1998.
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