La traición de Judas es tan notoria que tendemos a pasar por alto todo lo demás que hizo. Fue escogido cuidadosamente por Jesús, después de una noche de oración, para pertenecer al círculo íntimo de discípulos. Pasó tres años siguiendo a Jesús y aprendiendo de él. Fue enviado a misiones, donde fue compañero de otro Judas, hijo de Jacobo. Predicó las buenas nuevas del reino, sanó a los enfermos y echó fuera demonios. Era el “tesorero” de la banda apostólica, y cuidaba los regalos que recibían de seguidores solidarios.
Es interesante que era el único apóstol con trasfondo sureño (Iscariote significa “de Kueriot”); el resto eran todos galileos, y varios eran parientes físicos de Jesús (por eso asistieron a la boda de Caná).
Sin embargo, había un defecto fatal en su carácter: la avaricia, centralizada en el amor al dinero. ¿Fue idea propia ofrecerse para ser el tesorero, o le delegó Jesús esta responsabilidad? No sabemos, pero sí sabemos que no resistió la tentación que le ofreció, y malversó el fondo común para su uso privado. Fue él quien puso objeciones cuando un perfume valioso, que podría haber generado fondos, fue “desperdiciado” en Jesús. Disfrazó su egoísmo sugiriendo que los ingresos podrían haber sido distribuidos entre los indigentes (Juan 12:5-6).
Los detalles de su traición son bien conocidos. Durante la fiesta de la Pascua, cuando Jerusalén estaba atestada de miles de peregrinos, las autoridades no podían hacer un arresto público sin provocar disturbios, dado que Jesús era una figura tan popular, especialmente entre los galileos. Necesitaban saber dónde y cuándo estaría solo, para que pudieran hacer una captura secreta. Judas brindó la información por el precio de un esclavo. Se ha puesto de moda blanquear su motivo, sugiriendo que era político antes que económico. Como estaba impaciente con lo que parecía ser una renuencia de Jesús a proclamarse rey, estaba tratando de forzar su mano precipitando una crisis. No hay ningún indicio de una conspiración personal de este tipo en el relato.
Lo que es mucho más probable es que se dio cuenta de que Jesús no tenía ninguna intención de dar un golpe de estado, especialmente después de la debacle de la entrada a la ciudad unos días antes —montado sobre un asno de paz en vez de venir sobre un caballo de guerra—, que culminó con el azote de los comerciantes judíos antes que los soldados romanos, una táctica falta de tacto que inevitablemente condujo a la preferencia del público por Barrabás, un luchador por la libertad que recurría a acciones terroristas.
Toda la situación estaba siendo manejada desastrosamente por Jesús, a los ojos de Judas, al igual que la multitud. Lo que podría haber sido su momento de triunfo se estaba convirtiendo en un anticlímax horrible, con un Jesús abucheado y ridiculizado a diario en el templo. Era hora de emprender la retirada, con todo lo que pudiera ser salvado.
Jesús sabía lo que estaba pasando en la mente y en el corazón de Judas. Después de una apelación final en la Última Cena, Jesús lo urgió a continuar con el curso que había elegido. Salió a la noche oscura. ¿Se llevó con él la bolsa con el dinero? Su mente maquinadora ya había calculado que podía salir ganando si cambiaba de bando. Se volvió el peor traidor de la historia, sin soñar que se convertiría para siempre en un sinónimo de traición.
Que lamentó su acción cobarde casi de inmediato, también forma parte del relato. Pero su remordimiento lo llevó a la desesperación antes que al arrepentimiento. Arrojando las monedas en la cara de sus nuevos amos, tomó una cuerda y trató de ahorcarse colgando de un árbol. Hasta en eso falló. Ya sea la cuerda o la rama se partió y cayó a su muerte en el valle de abajo, y su estómago se reventó con el impacto. Apropiadamente, era el valle de Hinón o Gehena, el basural de Jerusalén, siempre ardiendo y lleno de gusanos, que Jesús usaba como imagen del infierno. Era también el lugar donde eran arrojados los cuerpos de los criminales ejecutados (Jesús habría sufrido este destino si José de Arimatea no hubiera venido al rescate). Como señaló Pedro más tarde: “. . . Judas dejó para irse al lugar que le correspondía” (Hechos 1:25).
Esta es la historia humana de esta figura trágica. Pero plantea muchas preguntas profundas. ¿Hubo un costado divino de la historia? ¿Estaba predestinado a cumplir su papel vital en llevar a Jesús a la cruz? ¿Acaso Jesús lo escogió a propósito por esta razón? El hecho que Jesús obviamente sabía que tenía un defecto fatal, muy temprano en su ministerio, parece apuntar en esta dirección (Jn 6:70: “uno de ustedes es un diablo”; diabolos normalmente significa “acusador falso”). Pero las escrituras no llegan a hacer una declaración abierta en este sentido. Sin embargo, hay un versículo revelador en cada uno de los tres Evangelios sinópticos (Mateo 26:24; Marcos 14:21; Lucasu 22:22): “A la verdad el Hijo del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido”. Esto revela un carácter inevitable de la traición. Había sido predicho por los profetas y ciertamente sería cumplido. El suceso estaba destinado a suceder, pero ¿qué del agente? La terminología claramente sugiere que sería su libre elección, por la cual sería considerado plenamente responsable.
Es igualmente enigmático su estado espiritual. ¿Había nacido de nuevo? ¿Estaba “regenerado”? De nuevo, no hay ninguna afirmación clara a la cual podamos apelar, lo que sugiere que la pregunta no es importante, y tal vez no corresponde. Sin embargo, parece haber cumplido con las condiciones para ser “nacido de Dios” durante el período entre el bautismo y la muerte de Jesús (Juan 1:12-13; note los tiempos pasados, lo que hace que sea inapropiado usarlo para consejería, cuando Jesús ya no está “en el mundo” o entre “los suyos”, Juan 1:10-11). No sería fácil clasificarlo entre los que dicen: “Señor, Señor,” aun profetizando, echando fuera demonios y realizando milagros (Mateo 7:21-22), ya que es difícil imaginar a Jesús diciendo a Judas: “Jamás te conocí”, ¡cuando de hecho él lo había escogido!
Judas, es la única persona en el Nuevo Testamento a quien se le atribuyen cada uno de los tres ministerios de apóstol, anciano y diácono.
Hay una frase de la oración sumo sacerdotal del Señor (Juan 17) que ha causado una discusión considerable. Después de admitir libremente que había “perdido” a uno de los que el Padre le había dado (lo cual significa que Jesús escogió a Judas porque Dios lo había escogido), lo llama “aquel que nació para perderse” (“el hijo de perdición”, RVR60, Juan 17:12). Esto puede ser interpretado que significa que siempre había tenido esta naturaleza (así como llamó a Santiago y Juan boanerges, “hijos del trueno”, refiriéndose a su temperamento antes que a su genealogía), o que este era el carácter que había asumido ahora, o que era su destino futuro. Por lo tanto, a la frase “hijo de” se le puede dar una referencia pasada, presente o futura. Los comentaristas tienden a dejar que la preferencia (¡o el prejuicio!) teológico dicte su elección, pero es un caso de que una posición es tan válida como la otra.
Es más seguro atenerse a la revelación antes que involucrarse en la especulación. El rasgo llamativo del relato es el énfasis en Judas en los cuatro Evangelios y en el libro de Hechos. Obviamente, ocupaba una posición importante en la memoria de sus colegas, y su papel crucial en la ejecución de su líder ayudaría a explicar el espacio otorgado en sus relatos. Pero tiene que haber mucho más involucrado.
Volviendo al aposento alto, y la última comida de los discípulos con Jesús (y con Judas), encontramos la razón por la que su acción dejó tal impresión en ellos. Cuando Jesús los horrorizó al anunciar que había un traidor en medio de ellos, su reacción inmediata fue preguntar: “¿Acaso seré yo, Señor?”. El hecho que no pensaran inmediatamente en Judas Iscariote muestra que, a diferencia de Jesús, no estaban muy conscientes de la debilidad interior y deslealtad potencial de este discípulo. En realidad, cada uno se dio cuenta de que podría ser cualquiera de ellos. Sabían que eran capaces de hacerlo. Su pregunta revela una ansiedad que compartían todos. Estaban buscando seguridad. Quedó para Juan conocer de labios de Jesús la identidad del traidor, pero ni él ni los demás trataron de detener a Judas cuando dejó el grupo. Tal vez aún estaban en un estado de conmoción, o no se daban cuenta de lo que estaba por ocurrir. ¡Probablemente, se sentían tan aliviados porque no era ninguno de ellos que estaban contentos de verlo marcharse!
Si recordamos que las escrituras fueron escritas para hacernos “sabios para la salvación”, no es fantasioso suponer que la prominencia dada a esta tragedia tiene el propósito de ser una lección para todos los seguidores de Jesús. Uno puede estar tan asociado a Cristo como él, tan involucrado en el ministerio como él, y aun así no ser fiel.
Las constantes referencias del Nuevo Testamento a los peligros del dinero, la avaricia por él y el amor por él, indican una tentación común. Arruinó a uno de los doce apóstoles y puede arruinar a cualquier discípulo. Le corresponde a todo creyente recordar la pregunta: “¿Acaso seré yo, Señor?”.
Extraído de Pawson, David. (2015). Una vez salvo, ¿siempre salvo? Un estudio sobre la perseverancia y la herencia . Inglaterra: Anchor Recordings Ltd
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